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No es por ti
Emerick
—Te regalé mis deportivas
al principio de estar aquí. Esas que llevas puestas.
—Pero Em… Los regalos son regalos, ¡no se puede
pedir nada a cambio al cabo de tanto tiempo! —contestó Nathan con una risa
burlona mientras la pérfida de su novia reía también junto a él, en uno de los
cuatro colchones que tenía para ellos dos.
—Nathan… Tienes una habitación para vosotros dos
solos y cuatro colchones. Llevo negociando contigo desde que entré aquí y ahora
necesito un colchón.
—¿Y qué? Muchos lo hacen.
Alzó sus manos con las palmas hacia arriba,
encogiéndose de hombros. Cuando se reía, se le veía un hueco en el lugar en el
que debería estar uno de sus colmillos. En una pelea contra un chico sirviente,
lo perdió. Por desgracia, el otro chico perdió mucho más. Su pelo grasiento le
llegaba a las mandíbulas y le cubría parte de los ojos, hasta que se lo
retiraba una y otra vez con el mismo gesto maníaco. Con su mano lo echaba hacia
atrás, creyéndose así sexy o algo por el estilo. Me aguanté las ganas de reírme
de él, lo haría más tarde. Resultaba totalmente penoso, igual que su novia. No
paraba de decir que era de las más guapas de aquí abajo y era suya. En
realidad, la chica tenía cara de drogadicta. Unas ojeras prominentes y el pelo
siempre lo llevaba en un moño enmarañado y medio despeinado. Estaba en los
huesos y apenas podía tenerse en pie. Era algo totalmente desagradable.
—¿Qué quieres a cambio? —le pregunté.
—Quiero conocer a esa chica nueva que dices que
ha llegado esta tarde.
La sonrisa se borró de la cara de la chica y miró
a Nathan, apuñalándole con la mirada. Ella no era la única que estaba en
desacuerdo con esa condición.
—Mañana la presentaremos a todos, en el salón
—apenas acabé de decirlo, otra risa prorrumpió de su boca.
—No, no, no… Yo quiero que venga aquí a saludarme
como buenos compañeros sirvientes ¿eh?
—Y una mierda. Tú no eres sirviente, tú no haces
nada aquí solo joder a los demás, Nathan. En realidad sobras aquí y sabes que
de una paliza puedo borrarte del mapa.
Mis músculos se tensaron e instintivamente le
cogí por la pechera de la camiseta, empotrándolo contra las rocas. Pude ver la
furia y la impotencia en sus ojos, pero en realidad, lo que le hacía tan
amenazador eran sus esclavos. A mí no me daban ningún tipo de miedo, pues a
cosas peores me había enfrentado.
—¡Suéltame, idiota! Te daré lo que quieras, pero
juro que lo pagarás muy caro.
Hablaba escupiéndome en la cara, con rabia y
resentimiento. Lo solté y me cargué al hombro el colchón más grueso de todos y
salí de esa apestosa cueva.
Caminé hasta nuestra cueva y lo dejé en el fondo
de ella. Quedaba de una forma transversal a los otros dos, de forma que la
cabeza de Lys debería quedar mirando hacia el colchón doble de Aaron y Claire y
sus pies, mirarían hacia el mío.
No era una mala chica, solo tenía mal genio.
Sabía que lo de cortarme las manos no lo había querido decir con maldad y si
así hubiese sido, no me importaba lo más mínimo. Ella no era una de mis más fervientes
prioridades aquí dentro, pero vi lo bien que les caía a mis dos amigos, así
que, si ella estaba bien ellos también. Era un simple juego de estrategia, nada
más. Por mí podría haber dormido en el suelo, pero sabía que Aaron o Claire no
la dejarían en el suelo y alguno de ellos dos habría acabado haciéndolo en su
lugar, y eso no podía permitirlo.
Volví a salir de la cueva para ir a comprobar que
el otro grupo hacía su turno por la noche, de guardia en el salón donde se
recibían las órdenes de los Alphas en una gran pantalla que colgaba
temerosamente de la pared rocosa. A esa pantalla le llamábamos “El jefe” ya que
nos decía, de alguna manera, todo lo que debíamos hacer.
Cuando me percaté de que todo estaba en su sitio
y les deseé una buena noche al grupo de guardia, me dirigí ya hacia el
dormitorio dispuesto a dormir de un tirón.
Conocía las cuevas como la palma de mi mano
después de tanto tiempo encerrado aquí abajo. De vez en cuando me dejaban subir
a reparar algo con Aaron, para los Alphas. Cuando veía la luz del sol entrar
por aquellas ventanas sentía algo parecido a la felicidad, al bienestar. Pero
después venía la frustración de no poder escapar de aquel agujero nada más que
para arreglarle los aparatos de diversión a la comida de los Especiales.
Cuando abrí la cortina de nuestra habitación,
incluso antes de hacerlo ya sabía que estaban allí. Esas paredes hacen eco y si
no hablas en susurros, todo el mundo sabe de lo que hablas. En este caso, era
Aaron el que estaba exclamando algo.
—¡Vaya! ¡Tenemos un colchón nuevo! —reí por lo
bajo antes de entrar y después puse mi semblante serio de nuevo, para entrar ya
definitivamente.
—Si no bajas el tono vendrán a robarlo por tu
culpa, bobo —le dije a Aaron. Obviamente, él ya me conocía y no se tomaba a mal
mis palabras. A otra persona le hubieran herido profundamente por mi tono, pero
a él no.
—Sí, es verdad. Lo siento.
Allí estaba Achlys, mirándome de hito en hito.
Oh, no. Seguro que creía que había conseguido ese colchón por ella. Estúpidas
chicas, siempre haciéndose ilusiones hasta con la cosa más superficial y
estúpida sobre la faz de la tierra.
—Si me hubieras cortado las manos, esta noche
hubieras dormido en el suelo.
—Tampoco me habría importado, pero es adorable
ver como cuidas a tus dos amigos —me respondió con una sonrisa que adivinaba
que no era del todo sincera mientras miraba a Aaron y a Claire y a mí,
simultáneamente.
—¿Qué…? Ese colchón es para ti, Achlys.
—Oh, sí por supuesto. Gracias, Emerick —contestó
y sin más, se acostó en el colchón mirando hacia la pared.
Salió al revés de cómo lo había esperado. Su
cabeza estaría contra mi cabeza y sus pies, contra el colchón de Claire y
Aaron.
Claire y Aaron me miraron, sacudiendo la cabeza.
Sabía lo que querían decir. “Déjala, no le des importancia lo está pasando
mal.” Sí, claro. Lo que no sabían, era que esa chica tenía toda la razón del
mundo y había adivinado perfectamente mi fin. ¿Cómo podía darse ella cuenta y
sin embargo, Claire y Aaron, no? Ni siquiera había pasado un día aquí y ya
había roto todos mis esquemas.
Me acosté al revés, con mis pies hacia donde
debería tener mi cabeza para no tener que estar tan cerca de su rostro. Aaron y
Claire se acostaron como normalmente. Dentro de la habitación siempre teníamos
un farolillo encendido, menos cuando nos íbamos a dormir, o cuando no había
nadie en la habitación, que lo apagábamos.
Achlys, se dio la vuelta, de forma que sus pies y
mis pies estaban casi juntos y su rostro estaba junto a los de Claire y Aaron.
Solo nos separaba la fina rendija que creaban las juntas de los diferentes
colchones. Formábamos una U entre los tres colchones. Aaron y Claire eran un
extremo, yo el otro y Achlys la parte que unía los extremos.
Ese último movimiento de Achlys me molestó un poco.
También tenía un leve desazón en el pecho, pues me hubiera gustado que aquella
chica, que dormía de cara a la pared con el bonito vestido azul, hubiera creído
que le había conseguido un colchón para que pudiese descansar su bonito cuerpo.
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