21
La chica de azul
Emerick
—¡Dame eso!
—No quiero, ahora es mío.
—¡No es tuyo! Es mío, me lo quitaste cuando
estaba bañándome.
—Eso ya lo sabía. Creía que no decías cosas
absurdas, chica deportista.
—Dámelo por las buenas o te lo quitaré por las
malas, chico absurdo. —Se puso delante de mí y me miró con los ojos
entrecerrados y con una mano extendida. No pude hacer otra cosa que reírme.
—Y si no ¿qué? Por cierto, ese vestido te sienta
bastante mal. Te dejaré una de mis mudas y así te haré un favor.
Por supuesto, eso último era mentira. Le sentaba
realmente bien pero al parecer ella no acababa de darse cuenta de lo bonito que
quedaba el azul sobre su piel, pues cuando le dije mi cumplido personalizado,
pude notar como una pequeña molestia cruzaba su rostro. Esa chica parecía muy
segura, muy perfecta pero yo sabía que no era todo lo que aparentaba ser, al
contrario de Aaron y de Claire, que se dejaban eclipsar por cualquiera.
—¿Sabes, Emerick? Como realmente tengo hambre y
quiero pasar la noche en tranquilidad paso de quitártelo a la fuerza. No quiero
dejarte en ridículo delante de tus amigos, así que hasta me debes un favor. —Se
dio la vuelta y se dirigió a la mesa, cogiendo los vasos que Aaron llevaba en
las manos para servirlos ella.
Llevaba una bonita cinta azul de un color
brillante y satinado atada con gracia a su espalda, a la altura de la cintura. Por
un instante, me sentí culpable de hacerle rabiar, pero me resultaba divertido.
Aquí abajo uno se aburría mucho y para una vez que tenemos algo realmente
divertido…
Dejé su reproductor de música en la mesa, donde
los tres ya estaban sentados.
—Ahora os sirvo los platos, monsieur et madames.
—Que gentil, muchas gracias, Em —me dijo Aaron
con un tono divertido. Por un instante me molestó que pudiera sentir más
simpatía por Achlys que por mí, que llevábamos toda la vida juntos,
prácticamente. Se pusieron a hablar con ella, contándole como era la vida por
aquí abajo aunque yo apostaba a que ella sabía más de lo que parecía.
En los platos de arcilla que teníamos, puse la
trucha cocinada con una salsa de manzana de mi propia cosecha. Habíamos tenido
tiempo infinito para experimentar en todos los ámbitos y la cocina no me
desagradaba, pero obviamente, se le daba mucho mejor a Claire que a mí. Aun
así, me sentía satisfecho de mi trabajo.
Serví
los cuatro platos a partes iguales y los llevé a la mesa, sentándome yo
también.
Claire se sentaba al lado de Achlys, yo enfrente
e ella y a la vez al lado de Aaron, en una de las mesas más pequeñas,
rectangulares y bajitas. Nos sentemos en el suelo, como de costumbre. Achlys
tenía una postura asiática, tenía las piernas dobladas debajo de ella,
completamente correcta. Aaron, como siempre se sentaba de cualquier manera y
Claire, mucho más cuidadosa, se sentó con las piernas recogidas a un lado.
—Gracias —me dijo Achlys cuando le serví el
plato.
—No hay de qué, señorita —le contesté con una
sonrisa medio sincera, medio burlona que al parecer, ella ignoró con mucha
clase, cómo no.
—Mmm... Qué rico. Huele muy bien, la verdad —dijo
Aaron mientras cogía los cubiertos para empezar a comer.
—¿Lo has hecho con las manzanas? —preguntó Claire
mientras probaba un pequeño trozo de la trucha.
—Sí, para algo tenían que servir —le contesté
mientras probaba mi obra maestra—. Me he superado, está de muerte.
—Ya te digo —contestó Aaron con la boca llena.
—Por favor, Aaron… —dijo Claire a punto de dejar
escapar una risa y medio avergonzada.
—Ay, lo siento. Es que hace tanto tiempo que no
probaba nada tan… diferente al pan y las manzanas que no me puedo contener
—dijo mirando hacia Claire y luego a Achlys.
—Y qué más da. Come como quieras, a mi no me
molesta. Da gusto ver a alguien que no tira la comida, que no tiene reparos en
comerse hasta la última miga del plato —contestó Achlys mientras comía calmadamente.
Su verdad no fue discutida por nadie. Era
conocido que afuera, mucha gente tiraba comida a diario. Comida que sobraba y
se quedaba en la olla, comida que los niños pequeños y caprichosos no querían,
comida que se olvidaba en los rincones de los frigoríficos y se tenía que
tirar… Era realmente exasperante pensar que eso sucedía a diario y nosotros
casi nos morimos de hambre todos los días.
—Sí, eso es verdad. En mi casa se tiraba
mucha comida, mi madre hacía de sobra por si queríamos repetir, pero nunca lo
hacíamos y al final se iba a la basura toda esa comida —reconoció Claire.
—Sí,
en mi casa era igual —dijo Achlys mientras la vista se le perdía y dejaba de
masticar gradualmente. La tristeza se hizo presente en su rostro y todos nos
dimos cuenta.
—¿De
dónde vienes? —le preguntó Aaron. Ella salió de su ensimismamiento y nos miró a
los tres dándose cuenta de que era el centro de las miradas.
Se removió en su sitio y se limpió educadamente
la boca con la servilleta de papel para después beber. Se estaba tomando su
tiempo para contestar.
—Nací en Irlanda, viví en España y hace unos
cinco años que volví a Irlanda porque… ¿Estamos todavía en Irlanda, no? —dijo
con precaución.
Un silencio sepulcral se hizo en la cocina. Esa era
una pregunta sin respuesta.