martes, 30 de abril de 2013

16: Que aproveche [Achlys]


16

Que aproveche

Achlys

Pasamos por una serie de entradas, de cavidades parecidas a cuevas. De hecho, todo aquel enorme sitio era una cueva a muchos metros de la superficie. Por suerte, el baño no estaba tan lejos de la cocina. Baño por así llamarlo, claro. La cueva, esta vez no tenía nada de moderno. Ni aparatos eléctricos, ni alicatados en el suelo… nada, era así al natural. Sin embargo, me gustó mucho, porque había una pequeña cascada que fluía y su agua iba a parar a un pequeño lago, que a la vez, desembocaba en un pequeño canal. ¿Dónde iba ese canal? Me adelanté a Emerick, que me decía algo pero yo no lo escuchaba. Siempre decía cosas absurdas, prefería hacerle más caso a mi curiosidad. Me paré en la orilla del canal y me agaché para poder ver mejor. El canal desaparecía en un pequeño agujero por la pared de roca. Era imposible caber por ahí, aunque a lo mejor, por debajo del agua era más profundo…
Metí una pierna en el agua, para comprobar la profundidad de este. Al final, acabé metida hasta los hombros, pero no había más profundidad. Rápidamente, antes de dar otro paso, me acordé de mi reproductor de música.

—¡Mierda, mierda! —dije saliendo a toda prisa del canal.
Rebusqué en el bolsillo de mi chaqueta y ahí estaba. Lo encendí, esperando encontrarme con la pantalla negra, que no respondiese. Pero sí, se encendió por suerte. La pantalla se veía algo borrosa, pero seguía funcionando. Lo dejé aliviada en el suelo, sobre una roca y me volví a meter en el canal.
—¡Pero tú estás loca! ¿Qué haces? ¿Qué es esto? —dijo Emerick, obviamente enfadado porque le hacía caso omiso de todas sus palabras.
Se adelantó sobre sus pasos y fue hacia el reproductor de música y lo cogió. Me quedé observando su expresión. Algo parecido a la nostalgia y la tristeza mezclado con una pequeña alegría recorrió su rostro.
—No me lo rompas. Ahora vuelvo.

Seguidamente, me sumergí en el agua y miré en dirección al agujero. Nada, era diminuto para una persona. Y encima era parecido a un triángulo, una forma antinatural para el cuerpo. Miré un poco más en las profundidades y vi algo extraño… ¿Un pez? Era imposible… Me acerqué para comprobar que no me estaba volviendo loca, buceé unas dos brazadas y después, caminé con sigilo debajo del agua. Alargué mi mano, velozmente y lo cacé. Era una trucha. Salí fuera del agua, y el pobre pez empezó a aletear y a boquear.
—Oye, Emerick, ¿es la mascota de alguien?
—¿¡Pero qué…!? —exclamó el chico, totalmente sorprendido, o eso me parecía a mí. Tal vez estuviese enfadado.
—Ah, ya veo. En ese caso, ya tenemos cena.
—¿De dónde has sacado eso?
—Bueno, Emerick, esa es una pregunta estúpida, ¿no crees?
Emerick se quedó con la boca a medio cerrar y yo, en cierta parte, lo comprendía.

Veamos, viene una chica, que ha sobrevivido a la mortífera trampa de Olenna, no hace ni caso a lo que se le dice, se sumerge en el agua sin preguntar y encima… ¡Saca un pez! Por si todo eso fuera poco, se da cuenta de que los sirvientes, por mucha comida que tengan, no pueden tocar ni una miga de pan.

Claro que me di cuenta. Mientras Emerick me contaba la historia de Claire y la de este sótano, me di cuenta de los pequeños detalles. Como por ejemplo, todos esos pequeños papeles amontonados en una repisa de la cocina, con nombres de productos alimenticios alineados con sus respectivas cantidades y sus precios… Eso eran las facturas de las compras de Claire, por supuesto. Supuse que eso se lo debían de dar a Olenna para que llevase un control sobre los gastos y los alimentos que se les daba a los Alpha. Los sirvientes en este lugar, eran la última mierda, hablando en plata. El aspecto lánguido de Claire y Aaron no me engañaban. No comían como es debido. La ausencia de color en sus mejillas, las ojeras presentes en sus caras, su palidez y los huesos que se les marcaban en la espalda no mentían. El cuerpo de Emerick tampoco mentía, por muy fuerte que fuese. Además, en la cocina, había grandes congeladores, neveras y demás, pero eran de un color. Azul. Después, había exactamente una nevera y un congelador de color blanco. Supuse, que los blancos eran nuestros.
Ahora esperaba que todas aquellas suposiciones, fuesen acertadas.
Veía como Emerick me miraba de hito en hito y se dejó caer sobre la piedra en la que antes estaba mi reproductor de música. Ahora, estaba en las manos de Emerick, que estaba a punto de escuchar mis canciones antes de que saliera del agua con la trucha.

—¿Qué pasa? ¿Me creías estúpida? —le dije mientras me acercaba a él, empapada y con mis ropas chorreando, igual que mi pelo.
La pobre trucha todavía se revolvía entre mis dedos, aunque la tenía cogida firmemente con mi mano derecha.
—No, no es eso —me dijo algo abatido, mientras observaba a la trucha—. Es que, me parece algo sorprendente que te hayas dado cuenta de que no podemos cenar como es debido, ya sabes.
Parecía que esta vez hablaba sin rencores, sin desprecio en sus palabras. Hablaba de corazón.
—Sí, bueno, mis padres me enseñaron a observarlo todo —mentí mientras tomaba asiento a su lado—. No pasa nada, de aquí no puedo salir así que… ¿Qué es lo que temes?
—Yo no temo nada, solo me parece curioso. Además, nadie coge una trucha en el agua con las manos.
Después de decir eso, me miró con unos ojos acusadores, como si hubiese hecho trampas jugando a las cartas.
—Ya te dije que era deportista. Y ahora si me disculpas, creo que voy a darme un baño en condiciones —dicho aquello, dejé la trucha en la roca y me levanté, quitándome la cazadora mientras iba hacia aquella cascada.

domingo, 28 de abril de 2013

15: Achlys significa "oscuridad" [Emerick]


15

Achlys significa "oscuridad"

Emerick


Los ojos grises de aquella chica se estrechaban, mientras miraba al vacío. Parecía estar buscando alguna solución, digiriendo toda la información que acababa de contarle. Lo de Claire, como llegó aquí y por qué se había ausentado de la habitación. Lo de la gente que ha muerto detrás de nuestro techo. Que somos prisioneros de los Especiales, esas bestias que ni siquiera sabíamos que existían, nada más que en los cuentos de terror que oíamos cuando éramos niños. Que estaremos aquí hasta el día de nuestra muerte natural.

La astucia era muy notable en toda aquella chica. Desde el brillo que destilaban sus ojos, hasta en sus gestos elegantes y meticulosos. Puede que a lo mejor, encontrase una solución, pero lo encontraba más bien poco probable por no decir imposible. Aaron y yo éramos los veteranos en este lugar. Conocíamos el castillo a duras penas, pero más que los otros sirvientes. Y jamás, hemos podido salir de aquí.

—¿Eres deportista…? —pensé en llamarla por su nombre, pero recordé que no se había presentado, ni yo tampoco—. Mi nombre es Emerick. El chico de antes es Aaron y la chica Claire.
—Yo soy Achlys. Y sí, soy deportista —dijo mirando al frente, o más bien, al vacío. Como si estuviese maquinando un plan. O simplemente, en estado de shock.
—¿Achlys? Eso significa Oscuridad en griego.
—Sí, ya lo sé.
—Yo no he dicho que no lo supieras… —le contesté. Mi padre era griego y tuvo la oportunidad de enseñarme su idioma en los escasos años que estuvimos juntos.
—¿Y para qué lo has dicho? Es absurdo.

Opté por callarme, pues era realmente molesta. ¿Es que no sabía hablar con los demás? ¿Mantener una conversación normal? Me levanté de la mesa, en la cual estaba sentado para irme junto a Aaron y Claire. Para perder de vista a esa antipática. Ya habíamos recogido las sillas, así que en la cocina no había nada más que hacer hasta que recibiéramos la llamada de algún Alpha caprichoso y glotón.
—Espera, Emerick.

Mi nombre al completo. Hacía mucho tiempo que no lo oía de esa manera. También hacía mucho tiempo que no lo escuchaba con una voz tan hermosa. Pensé en hacerle caso omiso, pero al final, me giré y crucé mis brazos delante de mi pecho, con cara de pocos amigos a la espera a que hablase la chica extraña.
—¿Dónde me puedo quitar toda esta porquería?
Por un momento, me fijé en su ropa. Iba manchada de barro y de tierra, completamente llena de manchas de color beis, gracias a la arena y al serrín de la caja. Su cabello, le llegaba hasta la cintura, pero lo llevaba sin gracia. No lucía, en parte, porque estaba lleno de porquería. 

Solté un suspiro de resignación y le hice un gesto para que me siguiera sin esperar a que lo hiciera. A lo mejor quería encontrarlo sola, como antes, al salir de su tumba. ¡Qué orgullosa! Todas las sirvientes, e incluso las Alphas deseaban una palabra de mis labios afectuosa hacia su persona, o una sonrisa pícara. En cambio ella, que podía echarse encima de mis brazos, no quería. Incluso parecía que le diese asco. ¿Sería eso posible? Es obvio que no le gusto a todas las chicas, pero estoy tan acostumbrado, que me sorprende. Es casi molesto, como un desaire. Sin embargo, sé que eso es una manera de pensar muy poco humilde y no me gusta ser un creído. Es a lo que estoy acostumbrado, ni más ni menos.

No escuchaba pasos detrás de mí, así que me giré y casi me muero del susto. Estaba allí, siguiéndome, pero no hacía ningún ruido. ¡Qué sigilosa! Todos hacíamos ruido al caminar por ese suelo irregular, pero ella está a la vista que no. Casi me choqué con ella y me llevé, inconscientemente, una mano a mi pecho, al lugar dónde estaba mi corazón.

—¡Joder, casi me matas del susto!
—¿Y ahora qué? ¿Por qué te giras? ¡Vamos, sigue que no tenemos todo el día! —después de eso, me hizo un gesto con ambas manos, como si empujara a alguien invisible.
Al girarme, juraría haber visto una leve sonrisa en sus labios.


jueves, 25 de abril de 2013

14: La historia de Claire [Aaron]


14

La historia de Claire

Aaron



Esa chica no paraba de sollozar, entre mis brazos. Cada lágrima suya era como un puñal que me atravesaba el corazón. Su sufrimiento era el mío. Todo por culpa de la bruja. Ella tenía a su hermana recluida como Alpha, y Claire, se ofreció como sirviente mientras veía cómo se la llevaban.

Entraron en su casa, a altas horas de la noche. Ellas dos estaban solas en la casa, ya que sus padres viajaban mucho debido a sus respectivos trabajos. Las dos dormían puerta con puerta y oyeron unos ruidos extraños. En cambio, Arianne, su hermana, tenía un sueño muy profundo pero Claire era de sueño ligero. Gracias a eso, pudo ver cómo unos extraños seres se llevaban a su querida hermana. Un hombre con mezcla de murciélago y cabra, la llevaba en su hombro y Claire, en lugar de verse amedrentada por lo horrible de la situación, intentó hablar con el hombre.

“—¿Por qué te la llevas? —le preguntó al engendro.
—Porque la necesitamos, niña. A los Especiales no les gusta compartir Alphas… —le dijo la bestia, mientras bajaba las escaleras de su casa.
—Llévame a mí también. Ayudaré a esos Especiales si me llevas con mi hermana, por favor —le suplicó Claire.”

Así que se la llevó, divertido por sus llantos y súplicas. Una vez en el castillo, Olenna le dijo que la iba a enterraría mientras que a su hermana no le faltaría de nada. Sería feliz hasta que los Especiales la consumieran, después de tantos usos, cuando su sangre no fuese fresca y se envejeciese. Olenna, le puso una cláusula especial, a su contrato verbal. Si lograba escapar de la tumba, se quedaría con los Sirvientes, para siempre. Sería la sirviente más valorada por Olenna. Claire, aceptó, pues no tenía nada qué perder y esa mujer no tenía pinta de querer negociar.

Emerick y yo, oíamos los horribles y escalofriantes gritos que profería Claire en su tumba. Gracias a eso, pudimos salvarla. Fue la primera vez que descubrimos que podíamos rescatar vidas, evitar que muriesen enterradas. A partir de ese día, Olenna le asignó la tarea de poder salir del castillo para que no faltasen provisiones para los Alphas. Se lo dijo a ella, porque sabía que volvería por su hermana. Hasta el día de hoy, tan solo hemos salvado a dos personas de las tumbas. A Claire y a la chica que acababa de llegar.

—Algún día saldremos de aquí, Claire. Te lo prometo —le dije mientras la abrazaba y sus llantos se amortiguaban contra mi pecho.
—Eso espero. Estoy cansada de todo esto —me confesó Claire, aunque yo ya lo sabía. Lo leía en sus ojos cada día.
—Lo sé. Debemos tener fe, Claire. Ahora, a lo mejor cambian las cosas por aquí con esos dos peleándose a cada minuto. ¿Los has visto? —le dije mirándola dejando escapar una pequeña risa, con el fin de animarla.
—Sí, la verdad es que es divertido. Todas las chicas se morirían por acabar en los brazos de Em tal y como lo ha hecho ella antes… ¡Y va y le rechaza! La cara de Em ha sido lo mejor —dijo con una risa, mientras las últimas gotas saladas se esfumaban de sus ojos.
—¿Todas las chicas?
—Bueno… casi todas.
—Eso está mejor. Mucho mejor —le contesté con una sonrisa, abrazándola entre mis brazos. Como si eso pudiera protegerla de todas las desgracias que estaban por venir.




martes, 23 de abril de 2013

13: El infierno en la Tierra [Achlys]


13

El infierno en la Tierra

Achlys




     Escuché un gran estruendo debajo de mis pies, seguido de un pequeño gritito femenino. Yo no había sido, claro. Si lo podía evitar, jamás expresaba mis emociones con grititos ridículos como ese. Debió de ser la chica amable, la que me advirtió –aunque en vano— de que tenía una torre de sillas debajo. Mis piernas quedaron colgando y tuve que hacer fuerza con mis dos brazos contra las paredes de la caja, para no caer y asegurar mi persona, hasta que supiese lo que había abajo, exactamente.

     En ese momento dudé. ¿Y si me querían hacer daño? ¿Y si me cogían prisionera? Las dudas me asaltaban asiduamente, cada milésima de segundo aparecía una nueva y con ello, mi inseguridad incrementaba. Es cierto que no tenía otra salida, era bajar por allí con aquel idiota o de lo contrario, morir enterrada. Así que, no tenía otra salida. La tierra estaba en contacto con mis muslos. Sentí un escalofrío y mis brazos empezaron a flaquear, pero no debía asustarme. Mientras mis vías respiratorias no estuvieran cubiertas de tierra, todo iría bien.
      —¡Mira lo que has hecho! ¡Da gracias de que nadie nos puede oír!
      —Cállate, yo sí te oigo –le espeté al idiota que vino a sacarme de la caja—. ¿Qué hay abajo? ¿Dónde da el agujero?
      —Tranquila, da sobre una mesa de madera. Es grande, pero no puedes saltar, te romperás algo, chiquilla –me dijo otra voz masculina, aunque más agradable que la del idiota cascarrabias.
      —No te preocupes por eso. Apartaos por si acaso, voy a saltar. 
Creo que después de decir eso, el gritito femenino se volvió a repetir. El cascarrabias me llamó loca por segunda vez y el otro chico dijo algo que no logré entender. Deben ser humanos, pensé. De lo contrario, ni siquiera hubiesen tenido que montar esa torre con sillas para sacarme de esa caja. Por si acaso, de momento no rebelaría mi secreto. Diría que soy deportista y que por eso soy tan ágil. Sí, parece una buena idea, débil, pero buena.
Salté, soltando mis brazos y cruzándolos sobre mí, para no entorpecer la caída. Cuando me despedí de la tierra, de la caja y estaba en el aire, miré hacia abajo y volví a abrir mis brazos, para equilibrar mi caída. Miré más de la cuenta, porque vi al cascarrabias con los brazos abiertos y yo que iba a caer encima de él. Iba a gritarle algo, pero apenas me dio tiempo, obviamente.

Caí en sus brazos y de inmediato me separé, empujándolo para despegarme de él.
      —¡Ahg, te dije que podía yo sola! Maldita sea… —me expulsé la tierra de mis ropas, intentando parecer algo más presentable.
      —Eres una antipática, ¿lo sabías?
      —Sí, gracias por la información.
     Después de esa agradable conversación, pude mirar mejor a mi alrededor. Aparté mi pelo de la cara, echándolo hacia atrás en un gesto descuidado y empecé a mirar el agujero que había quedado atrás. Caray, pues sí que estaba alto. Después, automáticamente, miré al suelo. Todavía estaba encima de la mesa en la que el cascarrabias me había tomado en brazos para hacerse el héroe. Todas las sillas de madera estaban desperdigadas por el suelo, descuidadamente. Conté ocho sillas. En ese momento, sentí algo extraño. Algo parecido a la pena o a la compasión. No, ya sé lo que era. Tristeza. Era algo que me conmovía, la capacidad de ayuda entre los humanos. Se preocupaban por sus iguales, no como nosotros, los dhampyrs o los vampiros. Los humanos se ayudaban entre sí, pero a veces, también se destruían sin necesidad.
     Seguí observando la estancia. Era una cocina, sin duda alguna. La encimera era larga y ocupaba toda la pared. Había congeladores, frigoríficos y hornos. Todo estaba iluminado con una luz mortecina, blanca. Miré hacia arriba y vi unas luces fluorescentes grandes, como las que había en la cocina de mi casa, pero a lo grande, puestas a lo largo de todo el techo, aunque había tramos en los que faltaban luces. El suelo era mármol, igual que las encimeras. Era extraño, pensaba que iba a ser de tierra al estar tan debajo de la superficie.

     Las paredes, sin embargo, no estaban alicatadas y eran de piedra, cosa que le daba un aspecto de cueva a la cocina. En una de las paredes, quizá fruto de una broma entre esos chicos, había dibujada una ventana. Claro, aquí todo debía ser sombrío y frío.
La mesa donde estaba de pie, era redonda y grande. Deduje que sería para comer, tal vez.
      Me bajé de la mesa con un pequeño salto y miré a los demás componentes de esa extraña estancia. El chico, el que me llamó chiquilla, era moreno y no tenía el pelo mejor peinado que yo. Era alto y escuálido y tenía una pequeña sonrisa en el rostro. Le respondí a la sonrisa, levemente. Seguidamente, pasé a la chica, con una estatura mucho más reducida que la del chico.
      —¡Tú! ¡No puede ser! –le dije, señalando a la chica, mientras esta se tapaba la boca, en un gesto de sorpresa.
      —Oh, dios mío… ¡Tú eres la chica del autobús, la nueva! –me dijo imitando mi posición, señalándome
—¡Y tú eres la que se sentó a mi lado! Pero… has cambiado. ¿Cómo es posible? Fue apenas hace un par de días.
—Sí, bueno… Cambié mi apariencia expresamente. Volví justo después de haber bajado de aquel autobús –dijo apenada.
Yo me había quedado sin habla. ¿Qué tipo de persona vuelve a un lugar como este? O mejor dicho, ¿por qué vuelve a un lugar como este?
—Sin embargo, no te vi en el instituto –no recordaba haberla visto entre clase y clase, ni en el recreo.
—No, es que no estaba. Yo no voy a ese instituto, iba a hacer la compra. Nos estábamos quedando sin nada y eso… Es peligroso.
—Oh, vale. No entiendo nada. ¿Quieres decir que haces la compra para darle de comer a quién sea que sirváis?
—Sí, así es. Tenemos que procurar que no se acaben las provisiones para los Alphas o de lo contrario, estarían débiles y no les servirían a los Especiales. Olenna, me ha asignado a mí la tarea de ir a hacer la compra porque… —su voz se quebró y bajó la mirada, con los ojos anegados en lágrimas—. Disculpa…

     Seguidamente, se retiró de la cocina con Aaron, mientras este le pasaba un brazo por los hombros y le susurraba cosas que preferí no escuchar, para dejarles en la intimidad. Me sentí culpable. Si no le hubiese hecho todas esas preguntas, tal vez no se habría echado a llorar. Mordí mi labio inferior y miré la cavidad por la que habían desaparecido los dos. Supongo, que mi rostro en aquel momento era completamente un poema. Por una parte estaba disgustada por la pena de la chica, por haber provocado su llanto sin querer, y por otra parte, estaba tan intrigada que no podía pensar con claridad. Mi mente no paraba de bombardearme a preguntas. ¿Quiénes eran los Alphas? ¿Y los Especiales? ¿Por qué Olenna le había asignado la tarea de hacer la compra a la chica? ¿La estaría extorsionando? ¿Eran parientes? No, la última pregunta la sabía sin que nadie me la dijera. Obviamente, no se parecían en nada.

    El carraspeo de Emerick me sacó de mis turbios pensamientos, recordándome que no estaba sola, y volví a mi expresión normal, neutra.
    —Bueno, supongo que te preguntarás de que va todo esto. Seré breve, no voy a contarte todo desde los orígenes, porque o si no, estaríamos toda la noche hablando y eso sería algo muy desagradable para ambos.
—Por supuesto.
—Bien. Básicamente, ahora tú eres también una recluida y serás sirviente de los Alphas, como todos los que estamos aquí abajo. Los Alphas son otros humanos, que deben vivir lo mejor posible. No les debe falta ni agua, ni alimento, ni diversión… Nada. Tienen que estar lo más felices y sanos posibles. Son los que viven encima de este antro, en las habitaciones del piso bajo del castillo —le iba a interrumpir con otra pregunta, pero siguió hablando—. Los Alphas deben estar lo mejor posible porque son el alimento de los Especiales

Feliz día del libro

Para todos aquellos lectores empedernidos que nos refugiamos de los problemas y de las adversidades de la vida detrás de unas páginas de papel, con apenas medio litro de tinta plasmado en forma de palabras en hojas blancas que pronto se convierten en historias dentro de nuestras mentes. Ellos nos ayudan a viajar sin movernos de nuestro sitio, nos ayudan a crear una vida paralela, a sentir emociones que desconocíamos, a sentir amor por un personaje ficticio y a sufrir, llorar, reír o a amar con ese personaje que sale de las manos y la mente de otra persona igual de enamorada de ellos. 
¿De quién estoy hablando? ¿Quiénes son ellos?
 Los libros. 


Quisiera que mi libro
fuese, como es el cielo por la noche,
todo verdad presente, sin historia.
Que, como él, se diera en cada instante,
todo, con todas sus estrellas; sin
que, niñez, juventud, vejez, quitaran
ni pusieran encanto a su hermosura inmensa.
¡Temblor, relumbre, música
presentes y totales!
¡Temblor, relumbre, música en la frente
-cielo del corazón- del libro puro!

'Quisiera que mi libro', de Juan Ramón Jiménez.





lunes, 22 de abril de 2013

12: La chica deportista [Emerick]


Este capítulo va dedicado para mi gran amiga Judy que ahora mismo es una de mis mayores inspiraciones y mi gran fuerza para seguir escribiendo la historia de Achlys. Tati, gracias por darme esos ánimos y estar ahí siempre, escuchando o leyendo mis problemas y darme fuerzas y pintarme sonrisas mientras miro tus palabras en la pantalla del ordenador. Siamesas para siempre jamás.


12

La chica deportista

Emerick


  Nunca pensé que alguien agonizando en su lecho de muerte sería capaz de darme una patada. La tierra caía sobre mis hombros y me estaba pringando de todo tipo de restos de la madre naturaleza. Pequeños gusanos, arena húmeda y fría, piedras, raíces de árbol… y ella no quería salir de ahí. ¿Se puede ser más idiota? No obstante, puede que llegase a entenderlo. Aunque no tenía rastros de haber sufrido alguna tortura a las manos de Olenna, no sabía cuanto tiempo llevaba ahí dentro. Mis pies estaban de puntillas sobre el respaldo de una silla poco estable. No teníamos apenas escaleras, y las pocas que teníamos, estaban o rotas o en uso. Así, que siempre optábamos por hacer lo de las sillas, al fin y al cabo, Claire, Aaron y yo ya nos lo sabíamos de memoria. Cada vez que por el castillo corría el rumor de que habían vuelto a enterrar a otra víctima, hacíamos lo mismo. Hasta ahora, no habíamos salvado a ninguna viva ya que en lo que nos llegaba el rumor aquí abajo, la pobre persona enterrada ya había muerto asfixiada. Esta vez, el rumor nos llegó directamente de un Especial. Le habían pasado una nota a Claire, mientras servía a una de las habitaciones de los Alphas. Un papel con letra pequeña y algo violenta, por sus trazos, le comunicaba que hoy habían enterrado a otra.

HAN ENTERRADO A OTRA PERSONA. RÁPIDO, SIRVIENTES, AÚN ESTÁIS A TIEMPO. SI OS CHIVÁIS DE ESTA NOTA, LO PAGARÉIS CARO…

      Claire nos trajo la nota lo más rápido que pudo sin levantar sospechas. Al leerla, inmediatamente nos pusimos manos a la obra. El techo de la cocina, no es muy grande, por lo que tampoco tenemos que buscar mucho, ya que los espacios libres, ya están ocupados con otros ataúdes. Les hacemos unas pequeñas marcas a las placas del techo donde ya hemos excavado anteriormente, así a los demás, los encontramos más rápido. Claire se apena profundamente cada vez que encontramos a alguien ya muerto. Sé que Aaron se preocupa por ella y, a decir verdad, yo también ya que somos amigos los tres, y me duele verlos sufrir. Así que siempre hacemos todo lo posible y más por salvarlos.
      Nosotros, somos Sirvientes, servimos a los Alphas y, en ocasiones, a los Especiales. Estamos recluidos en la parte más profunda del castillo. Aquí, jamás se ve el sol ni corre aire fresco, ya que estamos a muchos metros bajo tierra. Cuando podemos salir a la superficie, es cuando estamos sirviendo a los de arriba, así que la vida aquí no es un paraíso precisamente.

      La chica que tenía delante de mí, en esa caja estrecha y débil, se arrinconó en el punto más lejano de mí, como pudo. Estaba a gatas, con los ojos echando fuego, prácticamente y el pelo enmarañado. Parecía una salvaje. Una salvaje muy guapa, por cierto. Medio cuerpo mío asomaba dentro de esa caja, como podía por el agujero que había abierto Aaron, intentando razonar con aquella salvaje.
      —¿¡Quieres salir de una vez!? Si nos pillan, nos enterrarán a nosotros y nadie nos salvará, estúpida.
      —¡No me insultes, idiota! No quiero tocar la tierra, ¿es que no lo entiendes?
      —Vaya, lo siento pero no es un hotel de cinco estrellas. ¡Si quieres salir de ahí, debes pasar por aquí, son dos palmos de tierra nada más!
      —¿Seguro? –dijo la chica, después de dudar seriamente sobre si le mentía o no.
      —Sí, seguro, venga rápido –le tendí mi mano para que se agarrase a mí y ayudarla a bajar, si dábamos un paso en falso, mis pies perderían el equilibrio y caeríamos al suelo de la cocina.
      —No, ya puedo yo sola. Ves tú primero y yo te sigo –dijo mientras se acercaba a mí, a regañadientes.
      Resoplé y me agaché para salir del agujero de tierra, mientras bajaba del respaldo de la silla hasta la mesa, para poder alzar mis brazos y ayudar a aquella tozuda. Asentí a Aaron y a Claire, que esperaban en vilo la próxima acción. Claire inmediatamente dibujó una sonrisa enorme en su rostro y Aaron le dijo algo que no logré oír.
Todos estábamos expectantes de la apertura en el techo y por fin vimos unas deportivas que supuse que antes eran blancas. Seguidamente, palpó con su pie, buscando un punto de apoyo y encontró el respaldo de la silla. Alcé mis manos para poder cogerla antes de que la torre de sillas se derrumbara bajo su pie, que andaba a ciegas, esperando a poder alcanzarla.
      —¿Qué es esto? ¡Ni siquiera es suelo firme! –dijo la chica desde arriba, notablemente desesperada.
      —¿Y qué quieres? Si me hubieses dejado ayudarte, ya estarías aquí abajo.
      —No te preocupes, son sillas. Ten cuidado –le respondió mucho más amablemente Claire.
      —Gracias a Dios que hay alguien que sabe responder sin otra pregunta…
Aaron reprimió una risa, junto a Claire. Ni siquiera la habían visto y ya les caía bien. Sí, puede ser que siempre responda con preguntas a las otras preguntas, pero lo hago sin pensar.
En el segundo que aparté la vista de mis dos amigos y volví a mirar arriba, las sillas ya estaban cayendo en una gran torre. 

11: Una nueva habitante [Claire]


11

Una nueva habitante

Claire


    —¿Hemos llegado a tiempo? –pregunté a los chicos, que estaban subidos en sillas que pusimos sobre la mesa, como de costumbre.
—No lo sé, parece estar vacío…
—¿Cómo va a estar vacío, inútil? Trae, déjame a mí –contestó Emerick, con su típica impaciencia.

    El chico que estaba de puntillas sobre la silla, haciendo prácticamente equilibrismo, chasqueó la lengua y bajó de mala gana, dejando a Emerick subir a la silla. Ese chico, se llamaba Aaron y era algo bobo, pero tenía un corazón de oro. Era escuálido y siempre llevaba el pelo alborotado, negro azabache. Sus ojos, en cambio, eran de un azul intenso, casi eléctrico. También era muy valiente y… A mi me gustaba mucho. 

    Cuando por fin bajó de ese montón de sillas y de la mesa, con un salto ágil hacia el suelo, a mi lado, negó con la cabeza y puso sus brazos en jarras. Emerick y él eran amigos inseparables, pero a veces no se soportaban. Emerick podría ser lo contrario a Aaron. Él era astuto, sagaz y rápido. Con sangre fría y a veces, podía ser algo cruel con los desconocidos. Nosotros sabíamos que lo hacía para protegernos, pero tenía mala fama por ello. En cambio, también era muy valiente. Y forzudo. Era como dos veces Aaron, pocos se atrevían a plantarle cara. Las chicas suspiraban por él, cosa que a mí me importaba bien poco ya que el que a mí me importaba, era Aaron. El cabello de Emerick era rubio y sus ojos, eran de un color celeste, muy bonito. Aunque no tan intenso como el de Aaron, claro. El suyo era más sutil, de un tono más suave. Su piel era morena, como casi todos los que estamos aquí. Reconocía que era un Adonis, pero no era mi tipo.

    —No te preocupes, Claire, seguro que lo consigue –me dijo Aaron, con una sonrisa, optimista como siempre.
—Claro… Pero siempre hemos fallado, ¿recuerdas? Siempre llegamos tarde.
—Esta vez no. Tengo un pálpito, Claire.
    Lo dijo tan convencido, que no lo puse en duda. Miré hacia Emerick, que por fin había conseguido llegar hacia la tierra que había detrás de nuestro falso techo. Era fácil de llegar, pues nuestro techo estaba formado por unas placas de pladur que eran muy fáciles de quitar. Por supuesto, los Especiales no estaban al tanto de que lo sabíamos ni de lo que hacíamos, o de lo contrario, habrían puesto algo mejor y se habrían encargado de castigarnos como es debido. Miraba alternativamente a la puerta de entrada a la cocina, pues nunca nos habían pillado haciendo algo así porque los Especiales ni siquiera se dignaban a pisar estos suelos, pero si algún día nos sorprendieran haciendo tal cosa, lo pagaríamos con la vida.

    —¡Está loca! Yo no la bajo de ahí.
—¿Pero qué dices, Em? ¡Sácala! –protestó Aaron, antes de que yo reconociese, en las hostiles palabras de Emerick, que ese alguien estaba vivo y además, era una chica.


domingo, 21 de abril de 2013

10: Bajo tierra [Achlys]


10

Bajo tierra

Achlys



Light up, light up
As if you have a choice
Even if you cannot hear my voice
I’ll be right beside you, dear.

   Sí, esa era Alma. Esa chica con el pelo de fuego que me encontré en clase. Esa chica, que creía que podría confiar en ella. Me cantaba mientras me enterraba. En mi mente podía oír con todo lujo de detalles aquella bella canción. Qué gentil. Entonces eso solo podía significar una cosa. Que estaba forzada a enterrarme, en contra de su voluntad. En cierto sentido, la compadecía. Escuché su canción, quieta en esa caja y, hasta sonriendo levemente. Traté de contestarle, por la vía corriente entre ella y yo. Esta vez, escogí una canción de Duffy, Distant Dreamer.

I’m thinking about all the things
I’ll like to do in my life.
I’m a dreamer, a distant dreamer
dreaming for hope,
from today.

   Sí. Qué bien elegida. Soñaría mientras agonizaba en todas aquellas cosas que me hubiesen gustado hacer. Bañarme en una piscina en plena noche. Cantar en un escenario con espectáculos de pirotecnia. Ir a un karaoke y hacerles los coros a mis amigos. Animar a mi equipo de fútbol, en su campo, con la cara pintada y una enorme pancarta hasta quedarme sin voz. Dormir por el día y vivir por la noche. Surfear con mi hermano. Encontrarme un billete de cincuenta euros por la calle. Regalarles a mis padres un crucero, sin escatimar en lujos. Tocar el piano en un prado lleno de flores. Enamorarme y envejecer. Contarle al mundo que existimos, que los humanos no son los únicos en este gran planeta. Darle una bofetada a Gunnar y un abrazo a Alma.
  Pero eso, no podría ser nunca. Mi mente empezaba a rebelarse, rabiosa porque me estaba rindiendo. ¿De verdad una caja y un puñado de tierra pueden acabar contigo? No. No era un puñado de tierra. Eran metros y metros de tierra, kilos de ella sobre mí. Esa escena que tantas veces me había planteado al verla en las películas y me parecían tan fáciles. “¡Dale un puñetazo a la madera y sal sin respirar, inútil!” Sí, claro. Todo se ve realmente fácil a través de una pantalla. La realidad supera la ficción, solía decir mi madre.
  A fin de cuentas, no le faltaba razón. Seguramente os estéis preguntando por qué no le doy un golpe a la madera, la rompo y salgo. Al fin y al cabo, también tengo sangre de vampiro y soy inmortal. ¿No? Bien, pues es bastante sencillo. La tierra es el punto débil de los dhampyrs como yo. Seguramente, esa tal Olenna, me clasificó como una humana impostora y me enterró, suponiendo que en unas horas o quizá en unos días, se me acabaría el oxígeno y moriría. El pequeño fallo, es que no necesito oxígeno para vivir, lo cual hace, sin ella saberlo, más terrible esta tortura. La tierra sí puede ahogarme. Actúa como el agua para los humanos. Me hace vulnerable. Bajo el agua puedo aguantar horas, pero… ¿Cuánto podéis aguantar vosotros, y encima, haciendo fuerza? Poco, igual que yo en la tierra. Según mis cálculos hechos a toda prisa, estaría a unos diez metros de la superficie. Quizá más. Si, además, debía desenterrarme con pies y manos… No, era imposible.
  Cerré los ojos y dejé de respirar, en realidad lo hacía por costumbre. Era un gusto no respirar, pero también era extraño ya que estaba acostumbrada durante muchos años a hacerlo. Volví a respirar y abrí los ojos. Si en ese preciso momento, la tabla de madera que estaba mirando, es decir, la de encima de mí cedía, mi vida sería cuestión de minutos. Miré a mis pies, levantando un poco la cabeza, ya que no podía hacerlo demasiado ya que topaba con la madera. Nada. Por suerte, mis pupilas también eran afortunadas y la oscuridad, no suponía un problema para mí.
  Después de unos minutos intentando pensar cómo salir de aquella prisión de tierra, escuché un ruido familiar, pero extraño. Eran… ¿Vajillas? Un ruido de platos y vasos entrechocando me llegó a los oídos. No debería estar muy lejos, ya que de lo contrario, me hubiera sido imposible oírlo, ya que la tierra anulaba casi por completo mis sentidos como el olfato o el oído. No podía oír más allá, pero entonces… ¿De dónde provenía ese sonido? Puede que mi mente me estuviera jugando una mala pasada y estuviera recordando el ruido familiar de mi casa, cuando era la hora de comer. Mi madre y mi padre hacían la comida, juntos, proponiendo nuevas ideas y experimentos para enriquecer sus recetas. Mi hermano y yo servíamos la mesa entre broma y broma. Después, nos sentábamos todos a la mesa y escuchábamos atentamente el noticiario, comentando los disparates que corrían por el mundo.
Mi hermano, Brandon, solo ponía atención a los deportes. Su vida era el deporte, en todas sus variedades. Sacaba excelente en la asignatura de educación física y en idiomas y las demás las dejaba de lado. Siempre tenía algún chiste en la boca y se reía a todas horas. Y yo con él, claro está. Su risa provocaba a la mía, y a decir verdad, la de todos los que le oían. Era contagiosa y estridente, pero era uno de mis sonidos favoritos.
      Cuando mi mente dejó de divagar en mis recuerdos y volvió a aquella caja de pino, una lágrima se escapaba de mis ojos. Volví a poner atención, vaciando todos mis recuerdos y pensamientos actuales, quedándome en blanco para no engañar a mis oídos. Sí, otra vez.
Mi corazón se aceleró. ¿Acaso estaba enterrada bajo unas cocinas? No, imposible. No las habría oído. Como pude, me di la vuelta en la caja. Mis huesos se retorcieron y lucharon contra las paredes de la caja, aunque no mucho, para poder pegar mi oreja en la parte de debajo de la caja. Me quedé así unos minutos, pero no oí nada. Una ligera decepción se instaló en mí. Creía que podía salir de aquí, que podía burlar a esos diez metros de tierra. Qué ilusa.
Un silencio absoluto reinaba sobre mí. Casi estaba relajada, rozando el punto de quedarme en trance. Los dhampyrs, como yo, hacemos algo parecido al dormir, pero se llama así, entrar en trance. Era necesario para mí como para un humano el dormir. En ese momento, dejamos de respirar y nuestros ojos se quedan abiertos, como un cadáver. En mi casa, me ponía un antifaz, ya que comprendía que era bastante desagradable y daba una sensación de muerte absoluta.
      Pero entonces, un fuerte golpe me desveló. Me asusté y al intentar incorporarme, me di contra la caja en la cabeza. La angustia se instaló en mí rápidamente, al igual que la desorientación. No sabía donde estaba hasta que mi memoria volvió, poco a poco. Ya, estaba en el ataúd que Olenna, tan gentilmente fabricó para mí, por mis bonitas palabras.
Apenas me dio tiempo a recapitular las últimas horas de mi vida, cuando otra vez ese golpe sacudió mi caja. Traté de identificar su origen, de donde provenía. Agudicé mi oído. Arriba, nada. Abajo… ¿Provenía del mismo lugar de las vajillas? 

Iba a pegar la oreja en el suelo de la caja, cuando por poco una barra de metal me atraviesa.


9: Somos los culpables [Alma]


9

Somos los culpables

Alma


Ahí se iba esa dulce chica, a la que le había cogido tanto cariño en tan poco tiempo. Sintonizaba con ella sin necesidad de hablar, lo sabía, no hacía falta preguntármelo dos veces. ¿Y ahora qué? Pues la respuesta era bien sencilla. Esa chica, moriría por su culpa. Ahogada. Tal vez, en unas pocas horas. Pero… ¿Cómo podía ser posible? Ella era la vampiresa que necesitaban. Sus colmillos la delataron en clase. ¿Por qué Olenna no la había conocido? ¡Era ella, sin duda! Ahora, sin embargo, moriría ahogada. Una chica inocente, humana y con una bonita familia, que se destrozaría en cuanto descubriesen que su querida hija no volvía del instituto. Esperarían años y años, en vilo, con llamadas a la policía en busca de nuevas noticias, en busca de una esperanza.
      Todo por culpa de Gunnar y de ella misma. ¿Es que acaso el truco mental de Gunnar, en clase, falló? Una humana no puede tener colmillos, así que debió fallar. Tal vez tenía las encías sensibles, y Gunnar abusó de sus trucos mentales y falló. Eso, le costaría la vida a una pobre chica, la destrucción de los corazones de sus familiares y amigos y… Una larga y dolorosa tortura a ellos dos; a mí y a mi hermano, Gunnar.

      —Venga, echad más tierra. No os confiéis porque sea humana, deberíais ver esos documentales sobre el instinto de supervivencia. ¡Cavad!
La voz de Olenna se clavaba en nuestros oídos, al igual que su látigo, hecho por finas hebras de plata, atizaba a nuestra espalda. La plata para un vampiro es como el ácido para un mortal. Se come tu piel y, en cierto momento, si se toca demasiado, hasta ves tus propios huesos. La desventaja que tenemos, es que la piel nos vuelve a crecer en escasos minutos, y así pueden torturarnos eternamente sin que muramos.
Mentalmente, le dediqué una canción a Achlys. Run, de Leona Lewis. Era mi cantante favorita junto a Celine Dion, parecía como si su voz pudiera contar toda mi desgraciada vida, con todos esos bonitos matices que le daba a las canciones. Dicen que el camino más corto hacia el paraíso, es la música.

Eso es lo más cerca que estaré jamás del cielo. 


sábado, 20 de abril de 2013

8: Enterrada [Gunnar]


8

Enterrada

Gunnar


Así que este era el modo de recibir a Achlys. Con una coz de Drheon. Pues menuda bienvenida. En cierto modo, tal vez se lo merecía. ¿A quién se le ocurre contestarle así a Olenna? A ella, claro. Su cuerpo, carente de toda movilidad, yacía sobre mis brazos mientras avanzábamos hacia el castillo. Olenna me había ordenado que cargase yo con ella, ya que habíamos traído a una impostora. Ella no era la que debía estar aquí en estos momentos, así que ya no podría volver a salir del castillo o de lo contrario, rebelarían su secreto y su paradero.

Olenna siempre había sido una idiota. Una mujer malcriada, con unos setecientos años de experiencia, sí, pero idiota al fin y al cabo. Habíamos traído a la chica correcta, aunque sus palabras, no lo fueran. Achlys cometió la mayor tontería que se pudiese imaginar, frente a Olenna. Desafiarla verbalmente, no era una buena idea. Alma se auto culpaba una y otra vez. Decía que debíamos haberle avisado, que la culpa era nuestra. Pero, aunque así fuera… ¿Quién habría podido evitar que esa chica abriese su bocaza para replicar de esa manera? Nadie. Y ahora, el castigo lo pagaríamos nosotros dos, ya que ella iría directamente a un hoyo.
Aparté la mirada del sendero para mirar a Achlys, que estaba en mis brazos, mirándome. Ya había despertado, pero no forcejeaba. Una lágrima se caía de sus ojos, para morir en su cabello. De haber sido otra época, quizá le habría animado. Le hubiese mentido para decirle que todo iría bien, pero no era así. Ella iba directa a una caja de pino, enterrada a muchos metros de la superficie. Y lo peor de todo.

Iría viva. 




viernes, 19 de abril de 2013

6: Lady Olenna


6

Lady Olenna

Achlys


Dejé de forcejear rápidamente con mi arnés al ver que se abrían las puertas del coche y Alma y Gunnar bajaban de este. Las manos me temblaban, pero no de miedo. La curiosidad siempre había sido algo muy latente en mi persona. Me moría por adentrarme en esa espesa oscuridad y saber que se escondía detrás de ella.
Con un par de chasquidos, por fin pude soltarme de aquel maldito cinturón doble y bajé rápidamente. Para mi sorpresa, la tierra estaba fangosa, así que mi pie se hundió de lleno en el suelo. Odiaba mancharme los zapatos. Odiaba muchas cosas.

Inmediatamente después de poner el segundo pie en tierra firme, unas trompetas empezaron a sonar y me sobresalté. Identifiqué rápidamente la melodía. Tocatta y Fugue, de Johann Sebastian Bach. El sonido venía de todas partes. De entre los árboles que se mecían lentamente a merced del viento, del cielo tan oscuro y espeso que parecía cernirse sobre mí en cualquier momento... Del coche que había detrás de mí. Esa preciosa melodía me envolvía cada vez más y yo nada más quería identificar de dónde venía, pero no podía. Mi corazón aleteaba frenéticamente contra mi pecho y mis músculos se tensaron. ¿Cuántas veces una amenaza había parecido una dulce canción? Incontables, demasiadas y esta no podría ser una menos.

Conforme la melodía avanzaba, no se producía ningún cambio. Alma y Gunnar estaban de pie, en la misma posición. Sus manos yacían entrelazadas a su espalda y el mentón alzado. Mirando a la nada. Firmes. Mientras me hundía en el barro, decidí dar un paso, vacilante. La melodía iba llegando a su fin. A lo lejos, al horizonte, un castillo se alzaba imperioso e imponente. Tétrico y oscuro. La música paró. Mis ojos iban a enloquecer tratando de escudriñar hasta el más breve rincón de la oscuridad y entonces, fue cuando atisbé algo en movimiento. Rojo.

Me puse firme, pero era una posición que distaba mucho de las de Alma y Gunnar. Era una pose de defensa. Mis colmillos amenazaron con salir y notaba como mis pupilas se estrechaban. Pero todo eso dio paso a unas faldas rojas que se movían elegantemente. Empezó a descubrirse desde abajo. Llevaba unos zapatos pulcros, que andaban sobre una alfombra de color cobre. Habría jurado que ese suelo era mucho más firme que el mío, que casi había cubierto mis deportivas con la mezcla de agua de lluvia y tierra, a parte de otros desconocidos restos de la naturaleza. Lo siguiente que descubrí, fue la falda. Roja y enorme, de la época victoriana, supuse. Después pude llegar a descubrir un apretado corsé de color rojo y negro. Clásico y típico, pero atrevido para la época. Seguidamente, todo se descubrió al instante. De repente.

Una mujer apareció de las sombras flanqueada por un hombre aparentemente, y un... ¿Qué demonios era eso? Se parecía a un hombre, pero tenía... ¿Cuernos? El pelo lacio y largo le caía sobre la espalda y unas pequeñas alas —nada bonitas— asomaban detrás de su espalda. Parecía una mezcla de cabra, con murciélago y hombre. Me dedicó una torcida sonrisa y aparté la vista hacia la mujer del centro. Se alzaba en mitad de los hombres, imperiosa. Tal y como el castillo lo hacía a sus espaldas, entre la oscuridad. Sus uñas, de color rojo eran largas y estaban perfectamente cuidadas. Como garras. Su expresión era pérfida e inescrutable. Severa y hermosa a la vez. Sus labios, formaban casi la silueta de un corazón, de un color rojo, también. Sus ojos eran claros, casi iguales a los míos, pero los suyos tenían una expresión de frialdad, de ira y de maldad. Tenía una gran cabellera recogida en gruesas trenzas formando una copa sobre su cabeza, recogida por un extraño broche que llevaba una rosa incrustada en él.
En las manos llevaba una especie de timón formado con espadas diminutas y una forma de corazón en medio. Lo más estrambótico que he visto nunca, pero tenía estilo, había que reconocerlo.
—Deja de mirarme de ese modo. ¿Dónde están tus modales, niña? —dijo la mujer de rojo.

Su voz era imponente. No hablaba, ordenaba. Tono frío y despectivo, me recordó a la señorita Rottenmeier de Heidi. ¿Cómo se suponía que debía mirarle? Aparté mi mirada hacia la derecha, pero no bajé mi mentón. No me iba a agazapar sobre mí misma solo porque vistiese un bonito vestido y porque tuviese cara de arpía. El pelo me ondeó al viento, que se giró repentino sobre donde quiera que estuviésemos. Un bosque, supuse.
—Tienes el pelo demasiado largo. —Suspiró cansadamente y prosiguió— Soy Lady Olenna, señora y dueña del castillo y de la raza.
—Encantada de conocerla, yo soy Achlys, señora y dueña de mi casa.  


Después de decir tal sandez, noté como el mundo se tambaleaba a mi alrededor. Mi cabeza daba vueltas y perdía el sentido de la orientación. Alguien me había atizado con algo realmente pesado en la cabeza. Podía ver, mientras caía al suelo embarrado, como el cielo oscuro y rojo, se fundía con los rostros asustados de Alma y Gunnar. Como esa tal Olenna se reía maquiavélicamente y como el otro hombre seguía sus movimientos. Claro, entonces, me había atizado el hombre cabra. ¿Pero como no me percaté siquiera de su presencia, tan cerca? ¿Cómo era posible que me hubiese atizado sin darme tiempo a reaccionar? Y lo más importante: ¿Por qué? Aunque, una parte de mí, ya sabía la razón del golpe. Mis palabras descorteses, aunque inconscientes de haber cometido algún error, habían herido el orgullo de la señora. Lo último que vi, fue la sonrisa torcida de la luna.



jueves, 18 de abril de 2013

5: La traición


5

La traición

Achlys



Mi cuerpo entró en ese coche negro y antiguo que, a simple vista, parecía una reliquia del pasado, como sacado de esas exposiciones anuales que se hacen en las grandes ciudades y a los que los amantes de los automóviles les sacaban fotografías con sus grandes y caras cámaras réflex. Si era inusual por fuera, por dentro era todo un espectáculo.
Tomé asiento en la parte trasera después de cerrar tras de mi la puerta, con la mínima fuerza de modo que tuve que volver a dar otro portazo, esta vez un poco más fuerte y el coche se tambaleó, pero la puerta se cerró.
—Lo siento —me disculpé por el portazo previamente dado. Aunque después me sentí idiota. Nadie me pidió disculpas por lo de ayer.
Una risa salida de ambos y unas miradas cómplices se dirigieron hacia mí para después volver a la carretera y ponernos en marcha. El techo del coche era algo extraño tenía como trampillas situadas arriba de cada asiento en las que me quedé mirando varios minutos, intentando descubrirles un sentido lógico y práctico sin éxito.
Tras un suspiro inconsciente de mi persona giré mi cabeza y me di cuenta de que los cinturones eran dobles. Se cruzaban formando una equis por delante del pecho, como si de un arnés se tratara. A parte de todo eso, en el salpicadero había miles de botones indescriptibles y de todos los colores y tamaños.
— ¿Esto qué es, el coche fantástico? —dije con algo más de confianza. De nuevo unas risas sonaron en el interior pero una más pronunciada que la otra, la de la chica que al parecer se llamaba Alma y que ahora iba al volante.
—Algo parecido, es un coche para fantásticos, que no es lo mismo —me guiñó un ojo a través del retrovisor, donde se reflejaban sus ojos, y un poco más a la derecha, mi cara.
¿Para fantásticos? Una pequeña risa se escapó de mí ya que me causaba risa ese mote. En el coche pude adivinar tres ritmos constantes, como el tic tac de un reloj. Eran nuestros corazones pero... Uno latía con menos fuerza considerablemente. Intenté adivinar cuál era pero no lo conseguí. Esto era ridículo, nadie hablaba de lo que éramos y yo no tenía ni idea de lo que eran ellos, ni si conocían mi secreto.

Me incliné hacia delante para hablar con Alma y salir de esta situación incómoda y ridícula. Bajé mi voz, no sé porqué, tal vez tenía una manía demasiado inútil de hablar en un tono demasiado bajo y monótono.
—Esto... Oye Alma, te llamas así, ¿no? —pensé como formular la pregunta ya que me costaba socializar y encima en esa situación.   ¿Cómo se le pregunta a alguien si sabe que eres una dhampyr o qué son ellos? Difícil. Opté por callarme pero de pronto me habló su voz en mi mente. Oh sí, eso era mucho mejor, claro.
Pregunta por esta vía si te es más fácil, Achlys. Me sonrió y siguió conduciendo. Yo sonreí de lado y contuve una risa ya que esto parecía una película mala de súper héroes.
Vale... Verás tengo la duda de saber quien sois realmente. Ayer en clase, empecé a sangrar y... él me vio y no se extrañó. ¿Qué pasa aquí? formulé mentalmente frunciendo mi ceño ya que hablar así era algo extraño.
Esperé su reacción y no se inmutó pero después largó un profundo suspiro que contenía medio tristeza y algo de fastidio. Se le borró la sonrisa y yo me sentí idiota por unos segundos.
—Gunnar es la hora —dijo Alma como si se hubiese acabado alguna especie de juego. 


¿Gunnar? Reí entre dientes y apoyé mi cabeza en el respaldo, frustrada. ¿Es que nadie tenía nombres normales dentro de este maldito coche? Me parecía una serie cómica.
Gunnar se limitó a asentir con la cabeza y Alma aceleró su coche al máximo. Gunnar, abrochó mi cinturón doble con forma de arnés para no salir disparada hacia delante al frenar, aunque, de habernos chocado contra algo, creo que nadie habría muerto.
— ¿Qué haces? ¡No me toques! Sé ponerme el cinturón solita —repliqué apartando sus manos del cinturón—
—Eh, tranquilízate, chica dura —contestó Gunnar en su asiento, levantando sus manos en señal de paz.
Alma continuó conduciendo y se pasó el instituto de largo, me estaba asustando y enfadando por partes iguales.
— ¡Eh! ¿A dónde me lleváis? ¿Quiénes sois? ¡Dejadme salir de aquí, psicópatas! —Sí, cuando me enfadaba solía calificar a los demás con palabras tan gentiles como “psicópatas”. Me fui a quitar el arnés, pero vi como Gunnar le daba a uno de esos miles botones del salpicadero, levantándose de su asiento y alargando su brazo para darle. Bloqueó el arnés, así que no me lo pude quitar.
— ¿Quieres ser más paciente? Eres una histérica y desconfiada. Contestó Gunnar, que al parecer, estaba divertido. A regañadientes crucé mis brazos sobre mí y el odio se respiraba en aquel coche, por mi parte claro. Ahora Alma y Gunnar parecían divertidos. "Malditos psicópatas", pensé.

Al fin el coche paró después de pasar un gran banco de niebla y pude ver dónde estábamos pero no lo conocía en absoluto. ¿Qué era ese lugar?




miércoles, 17 de abril de 2013

4: El Mustang High


4

El Mustang High

Achlys



Las gotas de agua resbalaban sobre las puntas de mi pelo, que resplandecía con pequeños rayos de sol que se filtraban por la ventana que había detrás de la ducha y quedaba a mi izquierda             Levanté mi rostro sobre el lavamanos y me miré durante unos segundos en el espejo. Mi rostro estaba mojado con agua helada y sin querer había mojado también una pequeña parte de mi cabello. Me lo recogí en una cola de caballo pero no me gustaba, así que me hice una trenza que dejé caer sobre mi hombro izquierdo. Nunca me maquillaba, no me gustaba y además lo consideraba incómodo para ir a clase. Suspiré y salí al salón para recoger mi mochila y marcharme de nuevo a mi infierno particular. Todavía me escocían las heridas que yo misma me había hecho al mirar a aquel desgraciado a los ojos. Al salir mis colmillos, me herí a mi misma, las incisiones que me había hecho en las encías inferiores ya estaban cerradas pero me seguían doliendo.

Me colgué la mochila sobre el hombro derecho y me preparé para ver que pasaba hoy, si ayer fue el primer día no quiero ni pensar que pasará hoy. Caminé a ritmo del grupo musical Metric hacia la parada del autocar y miré al horizonte para ver si asomaba por la curva carretera. No podía parar de pensar porqué odiaba tanto a aquel miserable. En realidad no me hizo nada aparentemente, pero yo tenía un sentimiento de odio hacia él.
Un coche antiguo, un mustang high, asomó por la carretera desierta. Caray, ese coche era antiguo hacía mucho que no veía uno como ese. Me gustaban los coches en general y me sorprendió ver uno como ese por estos lugares.

Iba demasiado deprisa para ser ese tipo de coche, cosa que me sorprendió de nuevo, ni me dio tiempo a fijarme en el piloto. Se paró delante de mí y reparé en que aunque me hubiese fijado de nada me hubiese servido porque llevaba los cristales tintados. Fruncí el ceño confusa. ¿Acaso ahora me iban a raptar? Cualquier cosa me esperaba ya. Aparentemente estaba relajada pero por dentro estaba a la defensiva. Paré mi reproductor de música para poder oír mejor pero todo era puro silencio, para colmo hoy a la gente se le había pegado las sábanas y nadie estaba en la parada.

Por fin la puerta del copiloto se abrió, dejando correr un efluvio que me era muy familiar, pero no lograba identificarlo todavía. Era mitad agradable y el otro era odioso, algo dentro de mí me decía que lo odiaba con todas mis fuerzas.

Una cabellera roja asomó por la puerta con una sonrisa. Oh, era ella. La chica pelirroja con telepatía o lo que fuese, me hizo un gesto con la mano para que subiese al coche. Yo no me moví ni un milímetro, ni sonreí. No me caía mal la chica pero después de lo de ayer no me fiaba de nadie en absoluto. Su cara cambió y su sonrisa se apagó lentamente.

—¿Por qué no subes? —preguntó curiosa y desconcertada.
—Porque no sé quién conduce y porque mis padres, dicen que no suba al coche de gente que no conozco —le dije con toda la tranquilidad del mundo pero algo a la defensiva. El efluvio que emanaba el conductor no me gustaba ni un pelo.

Ella se limitó a rodar los ojos y escuché una leve risa proveniente de dentro del coche. Era masculina y yo ya me temía quién era el miserable del conductor. La puerta del piloto se abrió y mis pesquisas se confirmaron. Era el maldito de ayer, al que odiaba tanto. Aparté la mirada de sus ojos antes de que pudiese mirarme, no quería volver a echar mi propia sangre de nuevo, me mancharía la camisa y hoy era blanca, también.
—Hoy puedes mirarme si quieres —dijo con tono chulesco mientras se dirigía al asiento del copiloto—. Alma, cámbiame el sitio anda, así sabrá quién conduce —dijo con la voz lo suficientemente alta para que pudiese escucharlo.
Dirigí mi mirada hacia él y estaba resplandeciente. Tan bello como un propio demonio y con esa sonrisita de medio lado que odiaba o eso creía. Ahora sus ojos eran de un color verde claro y no negros.
— ¿Vas a subir o no? Llegaremos tarde a clase —me volvió a decir mientras se ponía unas gafas de sol.
Me levanté del asiento con ímpetu y abrí la puerta a regañadientes. En realidad no quería subir pero otra parte me decía y me imploraba que subiese  a aquel maldito coche.