16
Que aproveche
Achlys
Pasamos
por una serie de entradas, de cavidades parecidas a cuevas. De hecho, todo
aquel enorme sitio era una cueva a muchos metros de la superficie. Por suerte,
el baño no estaba tan lejos de la cocina. Baño por así llamarlo, claro. La
cueva, esta vez no tenía nada de moderno. Ni aparatos eléctricos, ni alicatados
en el suelo… nada, era así al natural. Sin embargo, me gustó mucho, porque
había una pequeña cascada que fluía y su agua iba a parar a un pequeño lago,
que a la vez, desembocaba en un pequeño canal. ¿Dónde iba ese canal? Me adelanté
a Emerick, que me decía algo pero yo no lo escuchaba. Siempre decía cosas
absurdas, prefería hacerle más caso a mi curiosidad. Me paré en la orilla del
canal y me agaché para poder ver mejor. El canal desaparecía en un pequeño
agujero por la pared de roca. Era imposible caber por ahí, aunque a lo mejor,
por debajo del agua era más profundo…
Metí
una pierna en el agua, para comprobar la profundidad de este. Al final, acabé
metida hasta los hombros, pero no había más profundidad. Rápidamente, antes de
dar otro paso, me acordé de mi reproductor de música.
—¡Mierda,
mierda! —dije saliendo a toda prisa del canal.
Rebusqué
en el bolsillo de mi chaqueta y ahí estaba. Lo encendí, esperando encontrarme
con la pantalla negra, que no respondiese. Pero sí, se encendió por suerte. La
pantalla se veía algo borrosa, pero seguía funcionando. Lo dejé aliviada en el
suelo, sobre una roca y me volví a meter en el canal.
—¡Pero
tú estás loca! ¿Qué haces? ¿Qué es esto? —dijo Emerick, obviamente enfadado
porque le hacía caso omiso de todas sus palabras.
Se
adelantó sobre sus pasos y fue hacia el reproductor de música y lo cogió. Me
quedé observando su expresión. Algo parecido a la nostalgia y la tristeza
mezclado con una pequeña alegría recorrió su rostro.
—No
me lo rompas. Ahora vuelvo.
Seguidamente,
me sumergí en el agua y miré en dirección al agujero. Nada, era diminuto para
una persona. Y encima era parecido a un triángulo, una forma antinatural para
el cuerpo. Miré un poco más en las profundidades y vi algo extraño… ¿Un pez?
Era imposible… Me acerqué para comprobar que no me estaba volviendo loca, buceé
unas dos brazadas y después, caminé con sigilo debajo del agua. Alargué mi
mano, velozmente y lo cacé. Era una trucha. Salí fuera del agua, y el pobre pez
empezó a aletear y a boquear.
—Oye,
Emerick, ¿es la mascota de alguien?
—¿¡Pero
qué…!? —exclamó el chico, totalmente sorprendido, o eso me parecía a mí. Tal
vez estuviese enfadado.
—Ah,
ya veo. En ese caso, ya tenemos cena.
—¿De
dónde has sacado eso?
—Bueno,
Emerick, esa es una pregunta estúpida, ¿no crees?
Emerick
se quedó con la boca a medio cerrar y yo, en cierta parte, lo comprendía.
Veamos,
viene una chica, que ha sobrevivido a la mortífera trampa de Olenna, no hace ni
caso a lo que se le dice, se sumerge en el agua sin preguntar y encima… ¡Saca
un pez! Por si todo eso fuera poco, se da cuenta de que los sirvientes, por
mucha comida que tengan, no pueden tocar ni una miga de pan.
Claro
que me di cuenta. Mientras Emerick me contaba la historia de Claire y la de este
sótano, me di cuenta de los pequeños detalles. Como por ejemplo, todos esos
pequeños papeles amontonados en una repisa de la cocina, con nombres de
productos alimenticios alineados con sus respectivas cantidades y sus precios…
Eso eran las facturas de las compras de Claire, por supuesto. Supuse que eso se
lo debían de dar a Olenna para que llevase un control sobre los gastos y los
alimentos que se les daba a los Alpha. Los sirvientes en este lugar, eran la
última mierda, hablando en plata. El aspecto lánguido de Claire y Aaron no me
engañaban. No comían como es debido. La ausencia de color en sus mejillas, las
ojeras presentes en sus caras, su palidez y los huesos que se les marcaban en
la espalda no mentían. El cuerpo de Emerick tampoco mentía, por muy fuerte que
fuese. Además, en la cocina, había grandes congeladores, neveras y demás, pero
eran de un color. Azul. Después, había exactamente una nevera y un congelador
de color blanco. Supuse, que los blancos eran nuestros.
Ahora
esperaba que todas aquellas suposiciones, fuesen acertadas.
Veía
como Emerick me miraba de hito en hito y se dejó caer sobre la piedra en la que
antes estaba mi reproductor de música. Ahora, estaba en las manos de Emerick,
que estaba a punto de escuchar mis canciones antes de que saliera del agua con
la trucha.
—¿Qué
pasa? ¿Me creías estúpida? —le dije mientras me acercaba a él, empapada y con
mis ropas chorreando, igual que mi pelo.
La
pobre trucha todavía se revolvía entre mis dedos, aunque la tenía cogida
firmemente con mi mano derecha.
—No,
no es eso —me dijo algo abatido, mientras observaba a la trucha—. Es que, me
parece algo sorprendente que te hayas dado cuenta de que no podemos cenar como
es debido, ya sabes.
Parecía
que esta vez hablaba sin rencores, sin desprecio en sus palabras. Hablaba de
corazón.
—Sí,
bueno, mis padres me enseñaron a observarlo todo —mentí mientras tomaba asiento
a su lado—. No pasa nada, de aquí no puedo salir así que… ¿Qué es lo que temes?
—Yo
no temo nada, solo me parece curioso. Además, nadie coge una trucha en el agua
con las manos.
Después
de decir eso, me miró con unos ojos acusadores, como si hubiese hecho trampas
jugando a las cartas.
—Ya
te dije que era deportista. Y ahora si me disculpas, creo que voy a darme un
baño en condiciones —dicho aquello, dejé la trucha en la roca y me levanté,
quitándome la cazadora mientras iba hacia aquella cascada.
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