11
Una nueva habitante
Claire
—¿Hemos llegado a tiempo?
–pregunté a los chicos, que estaban subidos en sillas que pusimos sobre la
mesa, como de costumbre.
—No lo sé, parece estar vacío…
—¿Cómo va a estar vacío, inútil? Trae, déjame a
mí –contestó Emerick, con su típica impaciencia.
El chico que estaba de puntillas sobre la silla,
haciendo prácticamente equilibrismo, chasqueó la lengua y bajó de mala gana,
dejando a Emerick subir a la silla. Ese chico, se llamaba Aaron y era algo
bobo, pero tenía un corazón de oro. Era escuálido y siempre llevaba el pelo
alborotado, negro azabache. Sus ojos, en cambio, eran de un azul intenso, casi
eléctrico. También era muy valiente y… A mi me gustaba mucho.
Cuando por fin bajó de ese montón de sillas y de
la mesa, con un salto ágil hacia el suelo, a mi lado, negó con la cabeza y puso
sus brazos en jarras. Emerick y él eran amigos inseparables, pero a veces no se
soportaban. Emerick podría ser lo contrario a Aaron. Él era astuto, sagaz y
rápido. Con sangre fría y a veces, podía ser algo cruel con los desconocidos.
Nosotros sabíamos que lo hacía para protegernos, pero tenía mala fama por ello.
En cambio, también era muy valiente. Y forzudo. Era como dos veces Aaron, pocos
se atrevían a plantarle cara. Las chicas suspiraban por él, cosa que a mí me
importaba bien poco ya que el que a mí me importaba, era Aaron. El cabello de
Emerick era rubio y sus ojos, eran de un color celeste, muy bonito. Aunque no
tan intenso como el de Aaron, claro. El suyo era más sutil, de un tono más
suave. Su piel era morena, como casi todos los que estamos aquí. Reconocía que
era un Adonis, pero no era mi tipo.
—No te preocupes, Claire, seguro que lo consigue
–me dijo Aaron, con una sonrisa, optimista como siempre.
—Claro… Pero siempre hemos fallado, ¿recuerdas?
Siempre llegamos tarde.
—Esta vez no. Tengo un pálpito, Claire.
Lo dijo tan convencido, que no lo puse en duda.
Miré hacia Emerick, que por fin había conseguido llegar hacia la tierra que
había detrás de nuestro falso techo. Era fácil de llegar, pues nuestro techo
estaba formado por unas placas de pladur que eran muy fáciles de quitar. Por
supuesto, los Especiales no estaban al tanto de que lo sabíamos ni de lo que
hacíamos, o de lo contrario, habrían puesto algo mejor y se habrían encargado
de castigarnos como es debido. Miraba alternativamente a la puerta de entrada a
la cocina, pues nunca nos habían pillado haciendo algo así porque los
Especiales ni siquiera se dignaban a pisar estos suelos, pero si algún día nos
sorprendieran haciendo tal cosa, lo pagaríamos con la vida.
—¡Está loca! Yo no la bajo de ahí.
—¿Pero qué dices, Em? ¡Sácala! –protestó Aaron,
antes de que yo reconociese, en las hostiles palabras de Emerick, que ese
alguien estaba vivo y además, era una chica.
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