jueves, 18 de abril de 2013

5: La traición


5

La traición

Achlys



Mi cuerpo entró en ese coche negro y antiguo que, a simple vista, parecía una reliquia del pasado, como sacado de esas exposiciones anuales que se hacen en las grandes ciudades y a los que los amantes de los automóviles les sacaban fotografías con sus grandes y caras cámaras réflex. Si era inusual por fuera, por dentro era todo un espectáculo.
Tomé asiento en la parte trasera después de cerrar tras de mi la puerta, con la mínima fuerza de modo que tuve que volver a dar otro portazo, esta vez un poco más fuerte y el coche se tambaleó, pero la puerta se cerró.
—Lo siento —me disculpé por el portazo previamente dado. Aunque después me sentí idiota. Nadie me pidió disculpas por lo de ayer.
Una risa salida de ambos y unas miradas cómplices se dirigieron hacia mí para después volver a la carretera y ponernos en marcha. El techo del coche era algo extraño tenía como trampillas situadas arriba de cada asiento en las que me quedé mirando varios minutos, intentando descubrirles un sentido lógico y práctico sin éxito.
Tras un suspiro inconsciente de mi persona giré mi cabeza y me di cuenta de que los cinturones eran dobles. Se cruzaban formando una equis por delante del pecho, como si de un arnés se tratara. A parte de todo eso, en el salpicadero había miles de botones indescriptibles y de todos los colores y tamaños.
— ¿Esto qué es, el coche fantástico? —dije con algo más de confianza. De nuevo unas risas sonaron en el interior pero una más pronunciada que la otra, la de la chica que al parecer se llamaba Alma y que ahora iba al volante.
—Algo parecido, es un coche para fantásticos, que no es lo mismo —me guiñó un ojo a través del retrovisor, donde se reflejaban sus ojos, y un poco más a la derecha, mi cara.
¿Para fantásticos? Una pequeña risa se escapó de mí ya que me causaba risa ese mote. En el coche pude adivinar tres ritmos constantes, como el tic tac de un reloj. Eran nuestros corazones pero... Uno latía con menos fuerza considerablemente. Intenté adivinar cuál era pero no lo conseguí. Esto era ridículo, nadie hablaba de lo que éramos y yo no tenía ni idea de lo que eran ellos, ni si conocían mi secreto.

Me incliné hacia delante para hablar con Alma y salir de esta situación incómoda y ridícula. Bajé mi voz, no sé porqué, tal vez tenía una manía demasiado inútil de hablar en un tono demasiado bajo y monótono.
—Esto... Oye Alma, te llamas así, ¿no? —pensé como formular la pregunta ya que me costaba socializar y encima en esa situación.   ¿Cómo se le pregunta a alguien si sabe que eres una dhampyr o qué son ellos? Difícil. Opté por callarme pero de pronto me habló su voz en mi mente. Oh sí, eso era mucho mejor, claro.
Pregunta por esta vía si te es más fácil, Achlys. Me sonrió y siguió conduciendo. Yo sonreí de lado y contuve una risa ya que esto parecía una película mala de súper héroes.
Vale... Verás tengo la duda de saber quien sois realmente. Ayer en clase, empecé a sangrar y... él me vio y no se extrañó. ¿Qué pasa aquí? formulé mentalmente frunciendo mi ceño ya que hablar así era algo extraño.
Esperé su reacción y no se inmutó pero después largó un profundo suspiro que contenía medio tristeza y algo de fastidio. Se le borró la sonrisa y yo me sentí idiota por unos segundos.
—Gunnar es la hora —dijo Alma como si se hubiese acabado alguna especie de juego. 


¿Gunnar? Reí entre dientes y apoyé mi cabeza en el respaldo, frustrada. ¿Es que nadie tenía nombres normales dentro de este maldito coche? Me parecía una serie cómica.
Gunnar se limitó a asentir con la cabeza y Alma aceleró su coche al máximo. Gunnar, abrochó mi cinturón doble con forma de arnés para no salir disparada hacia delante al frenar, aunque, de habernos chocado contra algo, creo que nadie habría muerto.
— ¿Qué haces? ¡No me toques! Sé ponerme el cinturón solita —repliqué apartando sus manos del cinturón—
—Eh, tranquilízate, chica dura —contestó Gunnar en su asiento, levantando sus manos en señal de paz.
Alma continuó conduciendo y se pasó el instituto de largo, me estaba asustando y enfadando por partes iguales.
— ¡Eh! ¿A dónde me lleváis? ¿Quiénes sois? ¡Dejadme salir de aquí, psicópatas! —Sí, cuando me enfadaba solía calificar a los demás con palabras tan gentiles como “psicópatas”. Me fui a quitar el arnés, pero vi como Gunnar le daba a uno de esos miles botones del salpicadero, levantándose de su asiento y alargando su brazo para darle. Bloqueó el arnés, así que no me lo pude quitar.
— ¿Quieres ser más paciente? Eres una histérica y desconfiada. Contestó Gunnar, que al parecer, estaba divertido. A regañadientes crucé mis brazos sobre mí y el odio se respiraba en aquel coche, por mi parte claro. Ahora Alma y Gunnar parecían divertidos. "Malditos psicópatas", pensé.

Al fin el coche paró después de pasar un gran banco de niebla y pude ver dónde estábamos pero no lo conocía en absoluto. ¿Qué era ese lugar?




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