miércoles, 17 de abril de 2013

4: El Mustang High


4

El Mustang High

Achlys



Las gotas de agua resbalaban sobre las puntas de mi pelo, que resplandecía con pequeños rayos de sol que se filtraban por la ventana que había detrás de la ducha y quedaba a mi izquierda             Levanté mi rostro sobre el lavamanos y me miré durante unos segundos en el espejo. Mi rostro estaba mojado con agua helada y sin querer había mojado también una pequeña parte de mi cabello. Me lo recogí en una cola de caballo pero no me gustaba, así que me hice una trenza que dejé caer sobre mi hombro izquierdo. Nunca me maquillaba, no me gustaba y además lo consideraba incómodo para ir a clase. Suspiré y salí al salón para recoger mi mochila y marcharme de nuevo a mi infierno particular. Todavía me escocían las heridas que yo misma me había hecho al mirar a aquel desgraciado a los ojos. Al salir mis colmillos, me herí a mi misma, las incisiones que me había hecho en las encías inferiores ya estaban cerradas pero me seguían doliendo.

Me colgué la mochila sobre el hombro derecho y me preparé para ver que pasaba hoy, si ayer fue el primer día no quiero ni pensar que pasará hoy. Caminé a ritmo del grupo musical Metric hacia la parada del autocar y miré al horizonte para ver si asomaba por la curva carretera. No podía parar de pensar porqué odiaba tanto a aquel miserable. En realidad no me hizo nada aparentemente, pero yo tenía un sentimiento de odio hacia él.
Un coche antiguo, un mustang high, asomó por la carretera desierta. Caray, ese coche era antiguo hacía mucho que no veía uno como ese. Me gustaban los coches en general y me sorprendió ver uno como ese por estos lugares.

Iba demasiado deprisa para ser ese tipo de coche, cosa que me sorprendió de nuevo, ni me dio tiempo a fijarme en el piloto. Se paró delante de mí y reparé en que aunque me hubiese fijado de nada me hubiese servido porque llevaba los cristales tintados. Fruncí el ceño confusa. ¿Acaso ahora me iban a raptar? Cualquier cosa me esperaba ya. Aparentemente estaba relajada pero por dentro estaba a la defensiva. Paré mi reproductor de música para poder oír mejor pero todo era puro silencio, para colmo hoy a la gente se le había pegado las sábanas y nadie estaba en la parada.

Por fin la puerta del copiloto se abrió, dejando correr un efluvio que me era muy familiar, pero no lograba identificarlo todavía. Era mitad agradable y el otro era odioso, algo dentro de mí me decía que lo odiaba con todas mis fuerzas.

Una cabellera roja asomó por la puerta con una sonrisa. Oh, era ella. La chica pelirroja con telepatía o lo que fuese, me hizo un gesto con la mano para que subiese al coche. Yo no me moví ni un milímetro, ni sonreí. No me caía mal la chica pero después de lo de ayer no me fiaba de nadie en absoluto. Su cara cambió y su sonrisa se apagó lentamente.

—¿Por qué no subes? —preguntó curiosa y desconcertada.
—Porque no sé quién conduce y porque mis padres, dicen que no suba al coche de gente que no conozco —le dije con toda la tranquilidad del mundo pero algo a la defensiva. El efluvio que emanaba el conductor no me gustaba ni un pelo.

Ella se limitó a rodar los ojos y escuché una leve risa proveniente de dentro del coche. Era masculina y yo ya me temía quién era el miserable del conductor. La puerta del piloto se abrió y mis pesquisas se confirmaron. Era el maldito de ayer, al que odiaba tanto. Aparté la mirada de sus ojos antes de que pudiese mirarme, no quería volver a echar mi propia sangre de nuevo, me mancharía la camisa y hoy era blanca, también.
—Hoy puedes mirarme si quieres —dijo con tono chulesco mientras se dirigía al asiento del copiloto—. Alma, cámbiame el sitio anda, así sabrá quién conduce —dijo con la voz lo suficientemente alta para que pudiese escucharlo.
Dirigí mi mirada hacia él y estaba resplandeciente. Tan bello como un propio demonio y con esa sonrisita de medio lado que odiaba o eso creía. Ahora sus ojos eran de un color verde claro y no negros.
— ¿Vas a subir o no? Llegaremos tarde a clase —me volvió a decir mientras se ponía unas gafas de sol.
Me levanté del asiento con ímpetu y abrí la puerta a regañadientes. En realidad no quería subir pero otra parte me decía y me imploraba que subiese  a aquel maldito coche.



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