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Achlys
Toda la clase transcurrió larga y aplastantemente
aburrida. Me limité a copiar ejercicios, más de los obligatorios en mi libreta
mientras repasaba mentalmente unas canciones de Muse. En cuanto llegase a casa
cogería mi guitarra eléctrica y no la soltaría hasta el día siguiente, era mi
vía de escape personal. ¿Por qué esa chica de ahí tiene telepatía conmigo?
¿Estará leyendo mis pensamientos ahora mismo? Tenía miles de preguntas y
esperaba con una ligera esperanza que me las contestase, aunque fuera
mentalmente. Por sorpresa, por si la cosa no era lo suficientemente
desconcertante, en ese momento supe quién faltaba a mi lado.
La puerta de la clase se abrió de par en par y
nadie levantó la mirada hacia ella. El portazo contra la pared me sobresaltó. Un
chico que apenas pasaba por la puerta de lo grande que era estaba allí parado
con cara de pocos amigos. Lo recorrí de abajo a arriba con la vista
disimuladamente y no creía que pudiese ir a mi clase, a lo mejor era el
profesor de gimnasia. Sus piernas eran largas y robustas, sus brazos fuertes y
fornidos... Vestía unos vaqueros medio rotos y una camisa extra fina y algo abierta
a la altura del pecho, demasiado fresco para andar en invierno, pensé. Su
postura era inmutable, implacable y algo desafiante. Cuando decidí descubrir su
rostro otra vez tuve telepatía por arte de magia.
No le mires a los ojos. Me dijo la chica del pelo
rojizo.
¿Por qué? le dije mientras bajaba la mirada a mi
cuaderno. No obtuve respuesta por su parte así que le miré a los ojos. Su
rostro era duro pero con las facciones más bellas que un hombre pueda poseer.
En ese momento dudé de su edad ya que su expresión era digna de un niño. Sus
cabellos eran de un color castaño oscuro con algunos reflejos dorados, rebelde
que se revolvía en rizos por encima de sus arqueadas cejas que le daba un
aspecto maligno. Su piel era marmórea, sus labios finos y bien dibujados y su
nariz algo ancha pero perfecta. Entonces escudriñé su mirada y ojala no lo
hubiese hecho.
Una oleada de imágenes sangrientas y violentas me
golpeó fuertemente dentro de mi mente, eran desgarradoras. No podía con tal
situación y una serie de cosas que ignoraba hicieron que mi rabia se despertase
y quería matar a todos los que ocupaban esa sala ahora mismo. Noté como me
ardían las entrañas de la pura rabia y sentía mi lucha interior. No podía
despegar la mirada de la suya, no por falta de ganas si no por una extraña
fuerza superior a la mía. Noté como mis colmillos crecían bajo mis labios y se
clavaban en mis encías inferiores con violencia, pero si abría la boca muchas
cosas malas ocurrirían. La sangre comenzaba a chorrear por las comisuras de mis
labios y pude oír algunos gritos de fondo así que ganando por fin a mi lucha
interior me levanté y fui corriendo al baño. Cuando pasé por al lado de aquel
extraño hombre que odiaba ahora con todas mis fuerzas, pude adivinar una
sonrisa torcida en su rostro.
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