domingo, 21 de abril de 2013

10: Bajo tierra [Achlys]


10

Bajo tierra

Achlys



Light up, light up
As if you have a choice
Even if you cannot hear my voice
I’ll be right beside you, dear.

   Sí, esa era Alma. Esa chica con el pelo de fuego que me encontré en clase. Esa chica, que creía que podría confiar en ella. Me cantaba mientras me enterraba. En mi mente podía oír con todo lujo de detalles aquella bella canción. Qué gentil. Entonces eso solo podía significar una cosa. Que estaba forzada a enterrarme, en contra de su voluntad. En cierto sentido, la compadecía. Escuché su canción, quieta en esa caja y, hasta sonriendo levemente. Traté de contestarle, por la vía corriente entre ella y yo. Esta vez, escogí una canción de Duffy, Distant Dreamer.

I’m thinking about all the things
I’ll like to do in my life.
I’m a dreamer, a distant dreamer
dreaming for hope,
from today.

   Sí. Qué bien elegida. Soñaría mientras agonizaba en todas aquellas cosas que me hubiesen gustado hacer. Bañarme en una piscina en plena noche. Cantar en un escenario con espectáculos de pirotecnia. Ir a un karaoke y hacerles los coros a mis amigos. Animar a mi equipo de fútbol, en su campo, con la cara pintada y una enorme pancarta hasta quedarme sin voz. Dormir por el día y vivir por la noche. Surfear con mi hermano. Encontrarme un billete de cincuenta euros por la calle. Regalarles a mis padres un crucero, sin escatimar en lujos. Tocar el piano en un prado lleno de flores. Enamorarme y envejecer. Contarle al mundo que existimos, que los humanos no son los únicos en este gran planeta. Darle una bofetada a Gunnar y un abrazo a Alma.
  Pero eso, no podría ser nunca. Mi mente empezaba a rebelarse, rabiosa porque me estaba rindiendo. ¿De verdad una caja y un puñado de tierra pueden acabar contigo? No. No era un puñado de tierra. Eran metros y metros de tierra, kilos de ella sobre mí. Esa escena que tantas veces me había planteado al verla en las películas y me parecían tan fáciles. “¡Dale un puñetazo a la madera y sal sin respirar, inútil!” Sí, claro. Todo se ve realmente fácil a través de una pantalla. La realidad supera la ficción, solía decir mi madre.
  A fin de cuentas, no le faltaba razón. Seguramente os estéis preguntando por qué no le doy un golpe a la madera, la rompo y salgo. Al fin y al cabo, también tengo sangre de vampiro y soy inmortal. ¿No? Bien, pues es bastante sencillo. La tierra es el punto débil de los dhampyrs como yo. Seguramente, esa tal Olenna, me clasificó como una humana impostora y me enterró, suponiendo que en unas horas o quizá en unos días, se me acabaría el oxígeno y moriría. El pequeño fallo, es que no necesito oxígeno para vivir, lo cual hace, sin ella saberlo, más terrible esta tortura. La tierra sí puede ahogarme. Actúa como el agua para los humanos. Me hace vulnerable. Bajo el agua puedo aguantar horas, pero… ¿Cuánto podéis aguantar vosotros, y encima, haciendo fuerza? Poco, igual que yo en la tierra. Según mis cálculos hechos a toda prisa, estaría a unos diez metros de la superficie. Quizá más. Si, además, debía desenterrarme con pies y manos… No, era imposible.
  Cerré los ojos y dejé de respirar, en realidad lo hacía por costumbre. Era un gusto no respirar, pero también era extraño ya que estaba acostumbrada durante muchos años a hacerlo. Volví a respirar y abrí los ojos. Si en ese preciso momento, la tabla de madera que estaba mirando, es decir, la de encima de mí cedía, mi vida sería cuestión de minutos. Miré a mis pies, levantando un poco la cabeza, ya que no podía hacerlo demasiado ya que topaba con la madera. Nada. Por suerte, mis pupilas también eran afortunadas y la oscuridad, no suponía un problema para mí.
  Después de unos minutos intentando pensar cómo salir de aquella prisión de tierra, escuché un ruido familiar, pero extraño. Eran… ¿Vajillas? Un ruido de platos y vasos entrechocando me llegó a los oídos. No debería estar muy lejos, ya que de lo contrario, me hubiera sido imposible oírlo, ya que la tierra anulaba casi por completo mis sentidos como el olfato o el oído. No podía oír más allá, pero entonces… ¿De dónde provenía ese sonido? Puede que mi mente me estuviera jugando una mala pasada y estuviera recordando el ruido familiar de mi casa, cuando era la hora de comer. Mi madre y mi padre hacían la comida, juntos, proponiendo nuevas ideas y experimentos para enriquecer sus recetas. Mi hermano y yo servíamos la mesa entre broma y broma. Después, nos sentábamos todos a la mesa y escuchábamos atentamente el noticiario, comentando los disparates que corrían por el mundo.
Mi hermano, Brandon, solo ponía atención a los deportes. Su vida era el deporte, en todas sus variedades. Sacaba excelente en la asignatura de educación física y en idiomas y las demás las dejaba de lado. Siempre tenía algún chiste en la boca y se reía a todas horas. Y yo con él, claro está. Su risa provocaba a la mía, y a decir verdad, la de todos los que le oían. Era contagiosa y estridente, pero era uno de mis sonidos favoritos.
      Cuando mi mente dejó de divagar en mis recuerdos y volvió a aquella caja de pino, una lágrima se escapaba de mis ojos. Volví a poner atención, vaciando todos mis recuerdos y pensamientos actuales, quedándome en blanco para no engañar a mis oídos. Sí, otra vez.
Mi corazón se aceleró. ¿Acaso estaba enterrada bajo unas cocinas? No, imposible. No las habría oído. Como pude, me di la vuelta en la caja. Mis huesos se retorcieron y lucharon contra las paredes de la caja, aunque no mucho, para poder pegar mi oreja en la parte de debajo de la caja. Me quedé así unos minutos, pero no oí nada. Una ligera decepción se instaló en mí. Creía que podía salir de aquí, que podía burlar a esos diez metros de tierra. Qué ilusa.
Un silencio absoluto reinaba sobre mí. Casi estaba relajada, rozando el punto de quedarme en trance. Los dhampyrs, como yo, hacemos algo parecido al dormir, pero se llama así, entrar en trance. Era necesario para mí como para un humano el dormir. En ese momento, dejamos de respirar y nuestros ojos se quedan abiertos, como un cadáver. En mi casa, me ponía un antifaz, ya que comprendía que era bastante desagradable y daba una sensación de muerte absoluta.
      Pero entonces, un fuerte golpe me desveló. Me asusté y al intentar incorporarme, me di contra la caja en la cabeza. La angustia se instaló en mí rápidamente, al igual que la desorientación. No sabía donde estaba hasta que mi memoria volvió, poco a poco. Ya, estaba en el ataúd que Olenna, tan gentilmente fabricó para mí, por mis bonitas palabras.
Apenas me dio tiempo a recapitular las últimas horas de mi vida, cuando otra vez ese golpe sacudió mi caja. Traté de identificar su origen, de donde provenía. Agudicé mi oído. Arriba, nada. Abajo… ¿Provenía del mismo lugar de las vajillas? 

Iba a pegar la oreja en el suelo de la caja, cuando por poco una barra de metal me atraviesa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si quieres, puedes dejar un comentario.