jueves, 28 de noviembre de 2013

24: No es por ti [Emerick]

24

No es por ti

Emerick

—Te regalé mis deportivas al principio de estar aquí. Esas que llevas puestas.
—Pero Em… Los regalos son regalos, ¡no se puede pedir nada a cambio al cabo de tanto tiempo! —contestó Nathan con una risa burlona mientras la pérfida de su novia reía también junto a él, en uno de los cuatro colchones que tenía para ellos dos.
—Nathan… Tienes una habitación para vosotros dos solos y cuatro colchones. Llevo negociando contigo desde que entré aquí y ahora necesito un colchón.
—¿Y qué? Muchos lo hacen.

Alzó sus manos con las palmas hacia arriba, encogiéndose de hombros. Cuando se reía, se le veía un hueco en el lugar en el que debería estar uno de sus colmillos. En una pelea contra un chico sirviente, lo perdió. Por desgracia, el otro chico perdió mucho más. Su pelo grasiento le llegaba a las mandíbulas y le cubría parte de los ojos, hasta que se lo retiraba una y otra vez con el mismo gesto maníaco. Con su mano lo echaba hacia atrás, creyéndose así sexy o algo por el estilo. Me aguanté las ganas de reírme de él, lo haría más tarde. Resultaba totalmente penoso, igual que su novia. No paraba de decir que era de las más guapas de aquí abajo y era suya. En realidad, la chica tenía cara de drogadicta. Unas ojeras prominentes y el pelo siempre lo llevaba en un moño enmarañado y medio despeinado. Estaba en los huesos y apenas podía tenerse en pie. Era algo totalmente desagradable.
—¿Qué quieres a cambio? —le pregunté.
—Quiero conocer a esa chica nueva que dices que ha llegado esta tarde.

La sonrisa se borró de la cara de la chica y miró a Nathan, apuñalándole con la mirada. Ella no era la única que estaba en desacuerdo con esa condición.

—Mañana la presentaremos a todos, en el salón —apenas acabé de decirlo, otra risa prorrumpió de su boca.
—No, no, no… Yo quiero que venga aquí a saludarme como buenos compañeros sirvientes ¿eh?
—Y una mierda. Tú no eres sirviente, tú no haces nada aquí solo joder a los demás, Nathan. En realidad sobras aquí y sabes que de una paliza puedo borrarte del mapa.

Mis músculos se tensaron e instintivamente le cogí por la pechera de la camiseta, empotrándolo contra las rocas. Pude ver la furia y la impotencia en sus ojos, pero en realidad, lo que le hacía tan amenazador eran sus esclavos. A mí no me daban ningún tipo de miedo, pues a cosas peores me había enfrentado.
—¡Suéltame, idiota! Te daré lo que quieras, pero juro que lo pagarás muy caro.

Hablaba escupiéndome en la cara, con rabia y resentimiento. Lo solté y me cargué al hombro el colchón más grueso de todos y salí de esa apestosa cueva.

Caminé hasta nuestra cueva y lo dejé en el fondo de ella. Quedaba de una forma transversal a los otros dos, de forma que la cabeza de Lys debería quedar mirando hacia el colchón doble de Aaron y Claire y sus pies, mirarían hacia el mío.

No era una mala chica, solo tenía mal genio. Sabía que lo de cortarme las manos no lo había querido decir con maldad y si así hubiese sido, no me importaba lo más mínimo. Ella no era una de mis más fervientes prioridades aquí dentro, pero vi lo bien que les caía a mis dos amigos, así que, si ella estaba bien ellos también. Era un simple juego de estrategia, nada más. Por mí podría haber dormido en el suelo, pero sabía que Aaron o Claire no la dejarían en el suelo y alguno de ellos dos habría acabado haciéndolo en su lugar, y eso no podía permitirlo.

Volví a salir de la cueva para ir a comprobar que el otro grupo hacía su turno por la noche, de guardia en el salón donde se recibían las órdenes de los Alphas en una gran pantalla que colgaba temerosamente de la pared rocosa. A esa pantalla le llamábamos “El jefe” ya que nos decía, de alguna manera, todo lo que debíamos hacer.
Cuando me percaté de que todo estaba en su sitio y les deseé una buena noche al grupo de guardia, me dirigí ya hacia el dormitorio dispuesto a dormir de un tirón.

Conocía las cuevas como la palma de mi mano después de tanto tiempo encerrado aquí abajo. De vez en cuando me dejaban subir a reparar algo con Aaron, para los Alphas. Cuando veía la luz del sol entrar por aquellas ventanas sentía algo parecido a la felicidad, al bienestar. Pero después venía la frustración de no poder escapar de aquel agujero nada más que para arreglarle los aparatos de diversión a la comida de los Especiales.

Cuando abrí la cortina de nuestra habitación, incluso antes de hacerlo ya sabía que estaban allí. Esas paredes hacen eco y si no hablas en susurros, todo el mundo sabe de lo que hablas. En este caso, era Aaron el que estaba exclamando algo.

—¡Vaya! ¡Tenemos un colchón nuevo! —reí por lo bajo antes de entrar y después puse mi semblante serio de nuevo, para entrar ya definitivamente.
—Si no bajas el tono vendrán a robarlo por tu culpa, bobo —le dije a Aaron. Obviamente, él ya me conocía y no se tomaba a mal mis palabras. A otra persona le hubieran herido profundamente por mi tono, pero a él no.
—Sí, es verdad. Lo siento.

Allí estaba Achlys, mirándome de hito en hito. Oh, no. Seguro que creía que había conseguido ese colchón por ella. Estúpidas chicas, siempre haciéndose ilusiones hasta con la cosa más superficial y estúpida sobre la faz de la tierra.

—Si me hubieras cortado las manos, esta noche hubieras dormido en el suelo.
—Tampoco me habría importado, pero es adorable ver como cuidas a tus dos amigos —me respondió con una sonrisa que adivinaba que no era del todo sincera mientras miraba a Aaron y a Claire y a mí, simultáneamente.
—¿Qué…? Ese colchón es para ti, Achlys.
—Oh, sí por supuesto. Gracias, Emerick —contestó y sin más, se acostó en el colchón mirando hacia la pared.

Salió al revés de cómo lo había esperado. Su cabeza estaría contra mi cabeza y sus pies, contra el colchón de Claire y Aaron.
Claire y Aaron me miraron, sacudiendo la cabeza. Sabía lo que querían decir. “Déjala, no le des importancia lo está pasando mal.” Sí, claro. Lo que no sabían, era que esa chica tenía toda la razón del mundo y había adivinado perfectamente mi fin. ¿Cómo podía darse ella cuenta y sin embargo, Claire y Aaron, no? Ni siquiera había pasado un día aquí y ya había roto todos mis esquemas.

Me acosté al revés, con mis pies hacia donde debería tener mi cabeza para no tener que estar tan cerca de su rostro. Aaron y Claire se acostaron como normalmente. Dentro de la habitación siempre teníamos un farolillo encendido, menos cuando nos íbamos a dormir, o cuando no había nadie en la habitación, que lo apagábamos.
Achlys, se dio la vuelta, de forma que sus pies y mis pies estaban casi juntos y su rostro estaba junto a los de Claire y Aaron. Solo nos separaba la fina rendija que creaban las juntas de los diferentes colchones. Formábamos una U entre los tres colchones. Aaron y Claire eran un extremo, yo el otro y Achlys la parte que unía los extremos.

Ese último movimiento de Achlys me molestó un poco. También tenía un leve desazón en el pecho, pues me hubiera gustado que aquella chica, que dormía de cara a la pared con el bonito vestido azul, hubiera creído que le había conseguido un colchón para que pudiese descansar su bonito cuerpo. 

lunes, 16 de septiembre de 2013

23: Retales verdes y morados [Claire]

23

Retales verdes y morados

Claire

Aquella chica era un tanto extraña. Tanto podía estar alegre como al segundo después era una fiera. Supongo, por la expresión de culpabilidad en su rostro, que ella lamentaba haber dicho aquello con esa particular entonación. Creo que no era su intención. Sabemos que aquí dentro las cosas se magnifican, que los sentidos se transforman y la comprendía, aunque me dio un poco de pena por Em que salió de la sala para ir se a los dormitorios directamente, según pude deducir.

Aaron y yo nos miremos a la vez, sin saber bien qué hacer. Obviamente, elegiríamos antes a Em que a Lys porque llevamos mucho tiempo los tres juntos, pero no nos gustaría llegar hasta ese punto. Se creó una atmósfera un tanto desagradable y tensa en la sala hasta que decidí romper el silencio.
—Bien Lys, te enseñaremos los dormitorios. Ven conmigo —le dije mientras me levantaba y salía por el mismo sitio que Em.

 Aaron nos acompañó. Yo encabezaba la fila india que formábamos Lys, Aaron y yo. Pasemos por una serie de bifurcaciones entre las grutas de nuestro sótano particular. En realidad, me di cuenta que debía haber llevado algunas cerillas para iluminar el camino ya que Lys debía aprenderlo. Nosotros no las necesitábamos después de tanto tiempo. Escuché un ruido áspero. Era Aaron prendiendo una cerilla de las grandes, de las que usábamos para encender el horno grande.

—Menos mal que me la he traído o si no Lys no podría aprenderse el camino, Claire.
—Ya, ya. Lo sé pero se me había olvidado.
—Gracias a los dos —contestó Lys.
—No hay de qué. Al principio puede que te cueste, así que siempre estaremos dispuestos a acompañarte donde quieras hasta que te aprendas los caminos, si lo necesitas.
—Vale, gracias de nuevo, Claire.

Me giré y le sonreí a la luz titilante de la cerilla. Pude ver que Aaron también sonreía levemente, mientras se colocaba a la cabeza de la fila para poder iluminar el camino.
Las bifurcaciones en las cuevas eran bastantes y algunas hasta estaban sin explorar. No nos daba tiempo, pues estábamos las veinticuatro horas a la merced de los Alphas. Por suerte, hoy no nos tocaba estar en el turno de la noche, así que podríamos dormir hasta que la alarma sonase.

—¿Cómo es posible que tengáis electricidad aquí abajo? He visto los congeladores y los relojes y todos esos aparatos… —preguntó curiosa Lys.
—De eso se encarga Olenna. Está pendiente de que tengamos electricidad porque o si no sus Especiales se quedarían sin unos Alphas apetitosos y eso no puede pasar nunca —dijo Aaron poniendo sus ojos en blanco.
—¿Quieres decir que ella montó todo esto? —preguntó Lys, de nuevo.
—Sí, ella lo hizo todo a medida, consciente de ello. Lo preparó a sangre fría, hace mucho tiempo.
—Vaya…

El silencio tan solo se interrumpía por nuestras pisadas. Nuestros pies pisando en las pequeñas piedras y en esa arena espesa y húmeda junto al eco de las paredes de piedra. Lleguemos a la entrada de los dormitorios. Era como una especie de colmena de abejas. Dentro de una cueva, había unas cuantas más pequeñas a los lados. Un pasillo muy largo y a los lados, pequeñas cavidades. Algunas tenían cortinas tapando la entrada, echas con trapos remendados, otras con ropas y otras estaban directamente destapadas y vacías.

Nuestro dormitorio constaba de dos colchones nada más. No sobraban los colchones por aquí ya que algunos, los más fuertes y los más veteranos se agenciaban incluso dos para una sola persona y por esa razón, estábamos desigualados en cuestión de recursos personales. Por suerte, Em, que era de los más fuertes y veteranos en el lugar, podía negociar cuando quería con los demás tipos duros del lugar y nos conseguía comodidades que eran un verdadero lujo aquí abajo.
Ahora, puede que tuviese que volver a hacerlo, porque uno de nuestros colchones era doble, pero ahí dormíamos Aaron y yo y en el otro colchón individual, Em.

—Esa es nuestra habitación —dijo Aaron señalando a la cueva que estaba cubierta de retales de telas moradas y verdes. Los hilos que unían a las telas desiguales, eran de un grosor un tanto vasto y de un color blanco sucio.
—Bonita entrada —dijo Lys, sonriendo. Al parecer le había gustado el detalle— ¿La has hecho tú, Claire?
—Sí… no se me da muy bien coser, pero así podemos tener un poco de intimidad —le contesté sonrojándome un poco.

Ahora si que había luz artificial. Había unas grandes luces a lo largo de todo el pasillo que no se apagaban jamás. Aaron apagó la cerilla agitándola y me sonrió mientras me guiñaba un ojo. Eso hizo que me sonrojara aún más.

—Pues a mí me gusta —dijo con sinceridad y sencillez Lys.
—A mí también —contestó Aaron —Bueno, ¿entramos?

Lys asintió con la cabeza y yo me puse la última dejando a Aaron y a ella delante. No quería ver ese caótico momento en el que Em y ella se enzarzaban a golpes y peleaban por el colchón o algo parecido. Estaba nerviosa por eso, sería bastante incómodo y estoy segura de que hasta lloraría.


Pero eso no ocurrió porque cuando entremos a la cueva estaba vacía y había tres colchones. 

viernes, 5 de julio de 2013

22: La brusquedad de mis palabras [Achlys]

22

La brusquedad de mis palabras

Achlys

Al parecer nadie podía contestar a esa pregunta. Yo, sin embargo, no me rendí en mi busca personal de información.
—¿No sabéis dónde estamos? Eso es absurdo… Claire, tú sales más que nadie de los de aquí abajo, ¿verdad? —le pregunté girándome para mirarla.
—Sí, bueno… Salgo más que nadie pero no voy sola. Nos acompañan vasallos de Lady Olenna y para salir y entrar nos privan de nuestros sentidos primarios. No vemos ni oímos.
—¿Y cómo hacen eso? —le pregunté, algo horrorizada.
—Nos ponen una inyección. No sé lo que lleva, probablemente sea algo de morfina, tal vez —contestó algo apenada por no poder darme una respuesta exacta.

Me quedé mirando a mi plato, a ese trozo redondo de pescado casi acabado cubierto por una salsa rojiza. Por suerte, podía digerirlo sin ningún tipo de dificultad. En mi casa también comía alimentos humanos, esa era la ventaja de tener una mitad humana. Obviamente, la sangre también era aceptada por mi organismo y me atraía, pero no como a los Especiales o vampiros. Podía prescindir de ella, aunque una vez al mes, la tomaba para no perder mi fuerza. Si perdiese mi fuerza, sería un cadáver.

—¿No te gusta? —me preguntó Emerick, que me estaba mirando fijamente. Por un momento me asusté, esa mirada me sobresaltó. Me recordaba a la de Gunnar. Ya casi me había olvidado de aquel par, esos dos traidores que me enterraron, con tantas novedades.
—Sí que me gusta, pero no tengo mucho apetito como podrás comprender —le dije mirando los platos de los demás, que ya estaban limpios—. Repartíosla, si queréis.
—¡Vale! Gracias, Achlys —me contestó Aaron cogiendo mi plato y partiendo el trozo en tres. Pude notar como Claire le dedicaba una mirada severa, regañándole visualmente—. Bueno, a lo mejor deberías guardártela para ti. Más adelante si tendrás apetito, créeme. 

Sonreí ante la expresión inocente y de disculpa de Aaron y negué con mi cabeza. Cogí el plato y esos tres trozos los serví en los platos de Emerick, de Claire y de Aaron.

—No me importa. Vosotros lo necesitáis más que yo y no se hable más.
—Vaya… Pues muchas gracias, Lys —me dijo Claire, con una sonrisa.
—Sí, muchas gracias por la pesca y la cena, Lys —dijo Aaron con el trozo en la boca. Les sonreí y negué levemente con mi cabeza. Esos agradecimientos no se merecían. Yo era parte de esas bestias que los tenían allí recluidos.
—Gracias —me dijo Emerick, que comía lentamente, mientras me miraba.
—No hay de qué, señorito —le contesté con otra sonrisa igual de burlona que la suya mientras los demás reían.
—Mañana te presentaremos a los demás. Somos unos setenta, verás que hay de todo pero no hagas ni caso. La mayoría suele ir a lo suyo —me explicó Aaron, que ya había terminado.
—¿Setenta? ¿Cómo ha llegado aquí tanta gente?
—Bueno, en parte eso es un enigma, pero creemos que Lady Olenna los recluta sin seguir criterios.
—Es decir, va secuestrando a gente porque se le antoja, ¿no?
—Sí, básicamente es así —respondió Claire.

Tenía miles de preguntas y supuse que ahora era el momento idóneo para hacerlas, así que hice un esquema mental cuidando la información que no debía decir de más, es decir, lo que yo ya sospechaba mejor me lo guardaría hasta comprobarlo por mí misma. La confianza nunca ha sido uno de mis fuertes.

—¿Y a los Alphas? ¿Los elige por algún criterio en particular?
—Sí. Procura coger a los más sanos o gordos del país y parte del extranjero, sea donde sea que estemos —contestó, esta vez Emerick.

Cada vez que me contestaban algo digería las respuestas y las archivaba en una carpeta, en mi memoria.
—Con gordos te referirás a que estén bien alimentados… —le dijo Claire, que se sintió un poco ofendida por su hermana.
—Obviamente. Además, he dicho los más sanos, así que no precisamente todos tienen que tener sobrepeso o de lo contrario, no estarían sanos.

Modifiqué esa nueva información en mi mente y seguí preguntando.
—¿Habéis visto a algún Especial? —les pregunté a los tres.
—A parte de Lady Olenna, yo no he visto a nadie —dijo Aaron.
—No, yo tampoco —añadió Claire.
—Yo sí —dijo después de una pausa, Emerick.

Le miré para ver su expresión. Pues temía que me hubiese descubierto o que fuera a contestar «Justo delante tengo a una mitad de un Especial» o algo por el estilo. Pero su rostro era normal, no detecté ninguna expresión de maldad ni ninguna expresión sospechosa. Estaba pensativo, casi nostálgico. Pude notar que Aaron y Claire estaban algo incómodos, así que no pregunté nada más a pesar de que la tensión en el ambiente se notaba.

—Mi chica era una Especial —me miró a los ojos, con una mirada desafiante, casi como si me retara a reírme o a burlarme de su confesión. A cambio, asentí con la cabeza, en señal de que lo escuchaba, seria. Suspiró y clavó la mirada en mi plato vacío—. Se llamaba Alba que significaba «luz», todo lo contrario a tu nombre.

Me encogí de hombros, yo no tenía la culpa de que mi nombre fuese tan acertado para alguien como yo. Por un instante, me dio la impresión de que había dicho “Alma”, pero por suerte, no fue así. Alba. Un bonito nombre.

—Es un nombre muy bonito —le dije a Emerick, casi sin pensarlo.
—Lo sé. Llevábamos prácticamente toda la vida juntos. Nos conocimos en el instituto y desde ahí empezamos a salir, hasta que me traicionó y me entregó a Olenna a cambio de sacar a su otro novio Especial de unas mazmorras de no sé donde. Eso fue hace mucho tiempo.

Un nudo se me hizo en la garganta por los nervios y la sorpresa. Pensando de una forma egoísta, si Emerick no notó nada extraño en su novia a lo largo de todos esos años, tampoco me lo iba a notar a mí.
Lo traicionó… Eso debe ser muy duro. ¡Qué desgraciada! Bastante ruin, a decir verdad. Encima lo engañaba con otro, con un Especial. ¿Lo conquistaría expresamente para cambiarlo por su novio monstruo?

      —Vaya, lo siento —le dije a Emerick, con la cabeza gacha. No quería ver como me decía que parase de hacer preguntas, se enfadaba y se iba de la habitación. Pero nada de eso pasó.
      —Bah, ya es agua pasada. En realidad, era una arpía. Me alegro de haberme dado cuenta, aunque fuera un poco tarde. Por si te pica la curiosidad, todavía está en este antro pero, por supuesto, no nos hemos visto nunca más.

      No sabía que decirle así que me encogí de hombros, como de costumbre. Aaron, sin embargo, me salvó de esa tensión.
      —Sí, ahora se dedica a ir de flor en flor. Mañana, cuando te presentemos a los demás, fíjate en todas las chicas. Todas esas suspiran por este mequetrefe.

      Los tres rieron y yo, no pude negarme a hacerlo tampoco, así que reí mientras intercambiaba miradas con Aaron y Claire. Cuando miré a Emerick, me miraba fijamente, de nuevo y lo odié por esa actitud de creído.

      —Será que hay pocos chicos aquí abajo y la oscuridad distorsiona la realidad de esas pobres chicas.
      De nuevo rieron Claire y Aaron, Emerick también pero más levemente, negando con la cabeza.
      —Pues prepárate, porque con un solo gesto de mis manos puedo hacer que todas te odien y te tengan envidia.
      —Atrévete a hacer uno de esos gestos y te cortaré las manos.

      Esto último, sin embargo no me salió todo lo bromista que pretendía y sonó amenazador y terrible. Las risas de Aaron y Claire se cortaron y Emerick se levantó y salió de la sala.

martes, 11 de junio de 2013

21: La chica de azul [Emerick]

21

La chica de azul

Emerick


—¡Dame eso!
—No quiero, ahora es mío.
—¡No es tuyo! Es mío, me lo quitaste cuando estaba bañándome.
—Eso ya lo sabía. Creía que no decías cosas absurdas, chica deportista.
—Dámelo por las buenas o te lo quitaré por las malas, chico absurdo. —Se puso delante de mí y me miró con los ojos entrecerrados y con una mano extendida. No pude hacer otra cosa que reírme.
—Y si no ¿qué? Por cierto, ese vestido te sienta bastante mal. Te dejaré una de mis mudas y así te haré un favor.

Por supuesto, eso último era mentira. Le sentaba realmente bien pero al parecer ella no acababa de darse cuenta de lo bonito que quedaba el azul sobre su piel, pues cuando le dije mi cumplido personalizado, pude notar como una pequeña molestia cruzaba su rostro. Esa chica parecía muy segura, muy perfecta pero yo sabía que no era todo lo que aparentaba ser, al contrario de Aaron y de Claire, que se dejaban eclipsar por cualquiera.

—¿Sabes, Emerick? Como realmente tengo hambre y quiero pasar la noche en tranquilidad paso de quitártelo a la fuerza. No quiero dejarte en ridículo delante de tus amigos, así que hasta me debes un favor. —Se dio la vuelta y se dirigió a la mesa, cogiendo los vasos que Aaron llevaba en las manos para servirlos ella.
Llevaba una bonita cinta azul de un color brillante y satinado atada con gracia a su espalda, a la altura de la cintura. Por un instante, me sentí culpable de hacerle rabiar, pero me resultaba divertido. Aquí abajo uno se aburría mucho y para una vez que tenemos algo realmente divertido…

Dejé su reproductor de música en la mesa, donde los tres ya estaban sentados.
—Ahora os sirvo los platos, monsieur et madames.
—Que gentil, muchas gracias, Em —me dijo Aaron con un tono divertido. Por un instante me molestó que pudiera sentir más simpatía por Achlys que por mí, que llevábamos toda la vida juntos, prácticamente. Se pusieron a hablar con ella, contándole como era la vida por aquí abajo aunque yo apostaba a que ella sabía más de lo que parecía.  

En los platos de arcilla que teníamos, puse la trucha cocinada con una salsa de manzana de mi propia cosecha. Habíamos tenido tiempo infinito para experimentar en todos los ámbitos y la cocina no me desagradaba, pero obviamente, se le daba mucho mejor a Claire que a mí. Aun así, me sentía satisfecho de mi trabajo.
      Serví los cuatro platos a partes iguales y los llevé a la mesa, sentándome yo también.
Claire se sentaba al lado de Achlys, yo enfrente e ella y a la vez al lado de Aaron, en una de las mesas más pequeñas, rectangulares y bajitas. Nos sentemos en el suelo, como de costumbre. Achlys tenía una postura asiática, tenía las piernas dobladas debajo de ella, completamente correcta. Aaron, como siempre se sentaba de cualquier manera y Claire, mucho más cuidadosa, se sentó con las piernas recogidas a un lado.

—Gracias —me dijo Achlys cuando le serví el plato.
—No hay de qué, señorita —le contesté con una sonrisa medio sincera, medio burlona que al parecer, ella ignoró con mucha clase, cómo no.
—Mmm... Qué rico. Huele muy bien, la verdad —dijo Aaron mientras cogía los cubiertos para empezar a comer.
—¿Lo has hecho con las manzanas? —preguntó Claire mientras probaba un pequeño trozo de la trucha.
—Sí, para algo tenían que servir —le contesté mientras probaba mi obra maestra—. Me he superado, está de muerte.
—Ya te digo —contestó Aaron con la boca llena.
—Por favor, Aaron… —dijo Claire a punto de dejar escapar una risa y medio avergonzada.
—Ay, lo siento. Es que hace tanto tiempo que no probaba nada tan… diferente al pan y las manzanas que no me puedo contener —dijo mirando hacia Claire y luego a Achlys.
—Y qué más da. Come como quieras, a mi no me molesta. Da gusto ver a alguien que no tira la comida, que no tiene reparos en comerse hasta la última miga del plato —contestó Achlys mientras comía calmadamente.

Su verdad no fue discutida por nadie. Era conocido que afuera, mucha gente tiraba comida a diario. Comida que sobraba y se quedaba en la olla, comida que los niños pequeños y caprichosos no querían, comida que se olvidaba en los rincones de los frigoríficos y se tenía que tirar… Era realmente exasperante pensar que eso sucedía a diario y nosotros casi nos morimos de hambre todos los días.

      —Sí, eso es verdad. En mi casa se tiraba mucha comida, mi madre hacía de sobra por si queríamos repetir, pero nunca lo hacíamos y al final se iba a la basura toda esa comida —reconoció Claire.
      —Sí, en mi casa era igual —dijo Achlys mientras la vista se le perdía y dejaba de masticar gradualmente. La tristeza se hizo presente en su rostro y todos nos dimos cuenta.
      —¿De dónde vienes? —le preguntó Aaron. Ella salió de su ensimismamiento y nos miró a los tres dándose cuenta de que era el centro de las miradas.

Se removió en su sitio y se limpió educadamente la boca con la servilleta de papel para después beber. Se estaba tomando su tiempo para contestar.
—Nací en Irlanda, viví en España y hace unos cinco años que volví a Irlanda porque… ¿Estamos todavía en Irlanda, no? —dijo con precaución.
Un silencio sepulcral se hizo en la cocina. Esa era una pregunta sin respuesta.

lunes, 10 de junio de 2013

20:Hogar, dulce hogar [Aaron]

20

Hogar, dulce hogar

Aaron


Mientras Emerick y yo limpiábamos esa deliciosa trucha que había pescado misteriosamente Achlys, Claire fue a llevarle uno de los vestidos que nos habían regalado a los sirvientes. Lo más curioso de todo, era que los hacía una Especial. Hacía vestidos para las chicas sirvientes, pero bien que necesitaba a sus Alphas para alimentarse, qué hipócrita. Aunque, si ellos existen de esa manera… Podría llegar a comprenderlo. Si yo necesitara alguien que pescara peces por mí para alimentarse, sería posible que le regalase algo aunque me comiese los peces igualmente. Quién sabe, a lo mejor esas bestias también tenían un poco de corazón al fin y al cabo, aunque para nosotros, sobretodo para Em y para mí, era una posibilidad muy remota después de haber visto tantas cosas en este lugar.

Claire llevaba un vestido de color salmón. Tenía tres iguales y uno negro, que es el que se ponía para ocasiones especiales, por ejemplo, algún cumpleaños de los sirvientes o algo que celebrar. Las ocasiones eran muy escasas, eso era cierto.
Por otro lado, los chicos también recibíamos ropas, pero nadie las hacía especialmente para nosotros. Era el uniforme que nos designó Lady Olenna cuando lleguemos aquí, tan solo teníamos una muda de recambio. Creo que esa bruja no acaba de comprender las necesidades humanas ni el sistema nervioso. ¡Sudamos manteniendo a sus hijitos! Necesitamos más ropa, pero nos las apañamos como podemos.
Nuestro uniforme es todo de color negro. Una camiseta de manga corta y unos toscos pantalones de una tela que rasca y ni siquiera sé cómo se llama. Yo los míos me los recorté con unas tijeras de la cocina porque me los pisaba, así que ahora, los llevo por la altura de debajo de las rodillas. Me pasé un poco con las medidas, pero ya me he acostumbrado.
      —Qué asco, nunca me acostumbraré a manejar estas cosas… —le dije a Em mientras tiraba las entrañas del pescado a la basura e intentaba cubrirme las fosas nasales, en vano, obviamente.
      —Debes acostumbrarte. Un día podrían ser las tripas de nuestros enemigos, ¿sabes? —me dijo acercándome el pequeño corazón del pez hacia mi rostro, con una sonrisa burlona en la cara.
      —¡Aparta eso! ¡Qué asco!
      —Pareces una nena…
      —Y tú eres un sangriento ¡Con ese cuchillo y tu cara de asesino habitual! Espero que nadie desconocido te vea con esas pintas… —Cogí la gran bolsa de basura, que se llevaban cada tres días, y la dejé al lado de Em para no volver a acercarme a él—. Mejor voy sirviendo la mesa.
      —Estaré preparado por si alguien desconocido se cuela en nuestra preciada cocina, descuida —contestó Emerick entre risas mientras se limpiaba las manos debajo del maltrecho grifo, dejando que el desagüe se llevara la sangre del apetitoso y pobre pez.

      Estaba contento de poder evitar por un día a las aborrecibles manzanas o al pan duro y seco. Eso era lo único que los Especiales nos daban cada semana. Nada más, lo básico para seguir respirando y sirviendo a los Alphas. De hecho, estábamos todos contentos, sólo que unos lo mostrábamos más que otros.
      Unos pasos ligeros me hicieron levantar la mirada de la mesa, llevaba en mis manos los cubiertos justos para cuatro personas. Los demás acostumbraban a irse a sus habitaciones o al salón a comer así que sólo nos reuníamos para ocasiones especiales. Le dije a Emerick, que podríamos compartir la trucha entre todos, pero claro, compartir un pez de cincuenta centímetros entre unas setenta personas no era gran idea. Así que disfrutaríamos de la velada los cuatro, a parte de que Emerick ya se encargó de recalcarme que no dijera a nadie lo ocurrido esta tarde, así que no quedaba otra que comérnoslo entre los cuatro.

      Esos pasos pertenecían a Claire y a Achlys, las dos venían con sus brazos entrelazados. Una más feliz que la otra. Claire sonreía, mientras que Achlys lo intentaba fallidamente. La nueva huésped de nuestro sótano llevaba uno de los vestidos hechos por aquella misteriosa Especial de la cual desconocíamos el nombre, de un color azul turquesa. Era como el color del cielo en un día de verano, mientras el sol se está escondiendo. Agradecí realmente poder volver a ver ese bello color, al igual que agradecía el contraste entre los dos vestidos. El salmón de Claire con el azul de Achlys parecía un bonito día de verano.
      —¡Bonito vestido! —le dije a Achlys, la cual me sonrió y después, desvió la vista y se puso seria de nuevo, casi desafiante.


      Ah, claro. Estaba viendo cómo Emerick, que ya había acabado de cocinar el pescado, se reía de las canciones de su reproductor de música.

19: Sangre de plata [Gunnar]

19

Sangre de plata

Gunnar


Las finas hebras de plata del látigo de Drheon se clavaban en mi espalda, al igual que en la de mi hermana que estaba atada al poste que había justo detrás del mío. Drheon, se situaba en medio de los dos, para así tener más comodidad a la hora de azotarnos. Sobra explicar cuánto duele o de lo contrario, no nos torturarían de esta forma. Olenna mandó a Drheon para que nos castigara por habernos equivocado de chica. Se suponía que debíamos traer a una amenaza para todos nosotros, los Especiales y nos equivocamos, así que seguimos en peligro según Olenna, por nuestra culpa. Alma y yo llevábamos más de un siglo viviendo en este lugar y éramos los reclutas de confianza de Olenna, la señora y dueña del castillo y de la raza.
Sobra decir, que a estas alturas uno se cansa de esas chorradas, porque te vas dando cuenta de que todo es como un cuento macabro en el que los buenos acaban perdiendo. En el que los malos son unos cerdos caprichosos que quieren cometer un genocidio, porque ellos son los que más valen sobre la faz de la Tierra.
Miles de veces me he tratado de convencer de que esto era un juego tedioso, que nada de esto era real, pero por desgracia, era tan real como la sangre que goteaba de mi espalda o como mis pies, manchados de la misma, que arrastraban lastimeramente por el suelo. Esclavos, eso es lo que somos Alma y yo. Esclavos de la muerte.
—Basta, por favor… —sollozó mi pobre hermana, que le dolía más la culpa que los latigazos.
—No le supliques, Alma —dije a duras penas, antes de gritar de nuevo.
Drheon siempre me ha tenido una manía especial. Es un súcubo, alguien capaz de meterse en tus sueños y manipularlos a su antojo. Obviamente, no te los hará más fáciles, ni mucho menos. A parte de eso, también tiene la habilidad de desaparecer cuando lo desea o de parecer un humano completamente normal a los ojos de quién él elija. Yo llevaba en el castillo mucho más que él, que desde que llegó y mostró sus habilidades a Lady Olenna fue su mano derecha dejándome así para los trabajos sucios.
Era un gilipollas, cruel y despiadado. Lo que nos faltaba para completar el pack de los malos.
Personalmente, me dolían más los sollozos de mi hermana que las propias hebras de plata al traspasar mi piel e impactar en mis entrañas, prácticamente. La piel de un vampiro es dura, pero frente a la plata es completamente inútil.
Me preguntaba si Achlys se habría salvado. No era una chica muy agradable, pero me habría gustado tenerla por ahí abajo, en el subterráneo de los sirvientes. Habría sido divertido, sin duda. Seguro que protestaría a cada segundo, llorando por manchar sus delicadas manos con las tripas de los pollos para cocinarlos.
Una pequeña sonrisa torcida asomó por mis labios, imaginándomela. Pero esa poca diversión, fue a más. Me la imaginaba de cien formas distintas; protestando por la poca luz que entraba, protestando por su pobre pelo, porque se manchaba las deportivas de barro, porque no tenía nada que leer, porque no podía salir con sus amigas… Puede que fuera un poco cruel, pero prefería que estuviese allí abajo, sufriendo en el sótano que muerta, sin saber por qué.
      Cuando me quise dar cuenta, estaba riéndome a mandíbula batiente y Drheon me azotaba más fuerte. Le mostré a Alma mis pensamientos, gracias a su precioso don y ella soltó una risita nerviosa. Sabía que ella lamentaba profundamente haber enterrado a aquella chiquilla, pues le había cogido cariño casi sin conocerla. Alma era así. Sufría por todas y cada una de las víctimas, siendo por eso motivo de burla entre los nuestros.
      —¡Callaos, inútiles! Sois la vergüenza del castillo. —Azote rabioso del máximo idiota del castillo.
      —Por lo menos no tengo que cambiarme los cascos…
      —¡Estúpido! ¿Crees que me molestas con tus chiquilladas, necio? —Ahora el que se reía era él, pero porque se aferró con sus dos manos al látigo y lo blandió con todas sus fuerzas sobre mi espalda.
      Drheon jadeaba del propio esfuerzo y yo fui traicionado por el factor sorpresa y solté un grito capaz de ensordecer y congelar a la bestia más fiera sobre la faz de este lugar llamado Tierra.

jueves, 16 de mayo de 2013

18: Lágrimas enterradas [Achlys]

18

Lágrimas enterradas

Achlys


Dejé la ropa bien doblada sobre la orilla después de que saliera Emerick del baño, o mejor dicho, del baño. Me metí en el pequeño lago que se formaba justo debajo de la cascada y braceé hasta ir directamente a la cascada. Detrás de ella no había nada más que una pequeña cavidad, pero sin nada más. La cascada caía de una cavidad parecida a la que había al fondo del canal, pero era imposible meterse por aquel agujero. Así que me resigné por el momento, y me zambullí en el agua, sentándome en el fondo del pequeño lago. Abrí los ojos y no vi nada más que las paredes rocosas del fondo y de los laterales. Nada. Allí abajo, todo se me vino encima.

Mi familia. Aquel sitio mortífero, era como una pequeña metáfora de las tumbas, pues de aquí tampoco podíamos salir y también estábamos a muchos metros bajo tierra. Cueva, catacumba, gruta. No podía ver con esos nombres a este lugar. Sólo lo podía ver con el nombre de “tumba”.

Reflexioné sobre lo que me contó Emerick de Olenna. Ella sabía que se los sirvientes trataban de salvar a las víctimas, es más, lo hacía expresamente. Los enterraba justo en aquel lugar para que los sirvientes se desesperasen intentando rescatar a sus víctimas de esas tumbas, pero ella se encargaba de que los Especiales y los Alphas guardasen silencio, hasta pasados unos tres días, para que los sirvientes siempre llegasen tarde al rescate. ¿Qué clase de persona juega con esas crueldades? ¡Con vidas humanas! Cuando me contó todo eso Emerick, no cabía en mí del odio que sentía hacia esa asquerosa mujer. Odio, repulsión, asco y una larga lista de adjetivos despectivos.

Deduje que los Especiales eran vampiros, de toda la vida. Los Alphas, eran humanos recluidos en un lugar parecido al nuestro, pero mucho mejor y estaban destinados a donar su sangre para los vampiros. Menudo negocio. A pesar de que yo no era vampiresa, me sentía totalmente avergonzada por esa actitud, la de los Especiales. Hasta el nombre con el que se autodenominaban me parecía totalmente déspota y despreciable.
Y luego estaba la historia de la pobre Claire. Menuda crueldad. La estaba matando con amor, con el amor que sentía por su hermana. La admiraba. Noté que Aaron amaba a Claire, y ésta le correspondía. ¿Quién no iba a amar a una mujer tan valiente y fuerte? Además de bella, naturalmente. Cuando se coló en el autocar del instituto, pasaba totalmente desapercibida. Se había disfrazado completamente para que nadie la reconociera. Detrás de ese disfraz, lo único verdadero que conservaba era su estatura y sus ojos. Su pelo, era mucho más bonito, de color castaño oscuro, su nariz era de un tamaño normal y sus andares eran mucho más ligeros y bonitos.

Emergí a la superficie y me metí debajo del chorro de la cascada. Ahí, pensé en mi familia. Mi querida familia, mi mayor tesoro. Las lágrimas se fundían con el chorro de agua que caía sobre mi cabeza. No podía evitar imaginármelos preocupados, en casa. Mi madre convenciendo a mi padre de que me habría distraído por el camino y que volvería enseguida, pero sumamente preocupada. Mi padre nervioso, sin parar de fumar, expresando su nerviosismo con furia, probablemente, enfadado conmigo por hacerle pasar aquel mal rato. Por hacerle pensar que su hija estaba en problemas y que no la volvería a ver. Mi hermano, derramando lágrimas en silencio y diciéndoles a mis padres que llamasen a la policía, mientras abrazaba a mi gatita.
Cuando quise darme cuenta, estaba corroída por el dolor, en la orilla del lago, en ropa interior y sollozando. Ni siquiera me di cuenta de los pasos apresurados que corrían hacia mí, a mis espaldas.

—Achlys, ¿estás bien? —preguntó Claire, corriendo hacia mí con algo en sus brazos.
No sabía qué responderle. Para qué iba a negar lo que era evidente. Estaba mal, triste y destrozada. Me faltaba una parte muy grande de mí. Mi familia era el ochenta por ciento de mi corazón.
—No, no estoy bien —la última palabra se perdió en otro e mis sollozos y sentí como Claire, que olía a comida, me arropaba entre sus brazos.
—Tranquila, sácalo, no te preocupes nadie puede vernos —me dijo mientras me mecía entre sus brazos, con mi cabeza en su pecho. Era un gesto tan maternal, que lo agradecí de corazón.

      Después de unos minutos derramando lágrimas y atormentándome mentalmente con imágenes de mi familia buscándome por todas partes, dejé que se apagaran en un rincón de mi mente, para apartar el sufrimiento. Ahora, debía sobrevivir para poder darles la alegría de volverme a ver. Para volver a reír juntos, a bromear sobre mis gustos horribles o sobre el pelo de mi hermano.

—Tenemos que salir de aquí, esto no puede ser eterno —le dije en apenas un susurro a Claire.
—Lo sé. Yo también he pasado por eso y no me gustaría decepcionarte, pero me temo que no podemos, Lys —me dijo apenada, al borde de las lágrimas.
      Guardé silencio, calculando mis palabras y mis deseos de seguir viviendo
—Pero ahora es diferente. Yo estoy aquí y saldremos de esta, lo prometo —le dije convencida a Claire, reincorporándome y zafándome de su abrazo, suavemente.
      La miré a los ojos y algo me decía que ella también estaba de acuerdo con mi última afirmación, pero por otra parte, podía verlos llenos de miedo. Asintió con la cabeza y me tendió unas ropas.
      —Toma, esto es para que te lo pongas. Irás más cómoda, es como el mío pero en azul —me dijo mientras yo desplegaba el bonito vestido que me trajo Claire.
      Sonreí y me lo puse. Di una vuelta de trecientos sesenta  grados y miré a Claire, que estaba sonriendo también, aunque con pena. Su vestido era de color salmón.
      —Gracias, el azul me gusta. Por cierto, sólo tú puedes llamarme Lys, nadie más, ¿vale? —le pregunté a Claire mientras le tendía una mano para ayudarle a levantarse.
      —Vale. Ahora, vamos a cenar esa deliciosa trucha.
      Me reí entre dientes y salimos de esa cueva con nuestras manos enlazadas. Con ese amor compartido, sano y sin rencores o preguntas. Con el amor de alguien que comparte tus mismos miedos y dolores. Con el mismo amor de alguien que tampoco tiene nada que perder.  

17: Feliz cena [Emerick]


17

Feliz cena

Emerick



Salí de nuestro baño con aquella suculenta trucha en mi mano y en la otra, el reproductor de música de Achlys. Todavía no salía de mi asombro, aunque esa chica me resultaba fascinante y sospechosa por partes iguales. No era común, eso estaba claro. Se había dado cuenta de todas esas cosas mientras yo le contaba la historia de Claire y la información básica sobre este lugar. ¿Se daría cuenta de más cosas? En cierta parte, estaba un poco receloso de que así fuera, pues esta era ya como mi casa y no me gustaba que vinieran extraños a meter las narices en nuestros asuntos.
Miré la trucha mientras me dirigía a la parte de nuestra caverna a la que llamábamos el salón. Allí solíamos juntarnos todos mientras no teníamos nada que hacer, que eran ocasiones más bien escasas a decir verdad. Por un momento, antes de entrar, me di la vuelta y me dirigí a la cocina. Allí es donde solían estar Claire y Aaron y no quería que todos se enterasen del hallazgo de nuestra nueva compañera.

Efectivamente, estaban allí. Claire cocinaba algo que olía tremendamente bien y Aaron estaba arreglando un horno, que cada vez que lo encendíamos sacaba unas chispas terribles. Era un manitas, suerte que lo teníamos a él o de lo contrario, Olenna no nos hubiese dado absolutamente nada nuevo y es más, nos hubiese hecho pagar por el destrozo que suponía haber estropeado el horno. Aunque fuera a causa de cocinar sin parar para sus queridos Alphas, que a la vez eran comida de sus queridos Especiales.  

—Por cortesía de nuestra nueva invitada, tenemos una cena poco común, señores y señoras —dije en voz alta mientras alcé la trucha dentro de mi puño, que ya no peleaba por sobrevivir.
—¡Caray! ¡Un pez! —dijo Aaron, con brillo en los ojos, mientras se limpiaba la grasa negra como el carbón en un trapo. Era obvio que no sabía qué clase de pez era, pero estaba feliz.
—Pero… ¿Cómo es posible? —preguntó después Claire, mientras tapaba la olla que emanaba esa deliciosa olor.
—No lo sé, la llevé al canal para que se lavase y salió con esto en la mano. Nunca en lo que llevo aquí había visto ningún pez en ese dichoso canal de agua.
Las palabras sobraban. Aaron estaba sonriente y parecía contento del hallazgo de Achlys, no le daba más importancia. No pensaba más allá del hecho de que había sacado un pez del canal. Era corto de entendederas y a veces me sacaba de mis casillas. Por suerte, Claire, pareció darse cuenta.
—Nadie puede coger peces con la mano… ¿No? —dijo algo dudosa.
—Yo pensé lo mismo que tú, Claire, pero así es. Y se ha dado cuenta de lo del control de la comida, porque me ha dicho que ya tenemos cena mientras sacaba esto —puse el pez sobre la encimera y Claire se apresuró a envolverlo en un papel especial, para que se conservase fresco.
—¡Es una genia! —dijo Aaron.
Al parecer, unos más que otros, estábamos de acuerdo con esa afirmación.



martes, 30 de abril de 2013

16: Que aproveche [Achlys]


16

Que aproveche

Achlys

Pasamos por una serie de entradas, de cavidades parecidas a cuevas. De hecho, todo aquel enorme sitio era una cueva a muchos metros de la superficie. Por suerte, el baño no estaba tan lejos de la cocina. Baño por así llamarlo, claro. La cueva, esta vez no tenía nada de moderno. Ni aparatos eléctricos, ni alicatados en el suelo… nada, era así al natural. Sin embargo, me gustó mucho, porque había una pequeña cascada que fluía y su agua iba a parar a un pequeño lago, que a la vez, desembocaba en un pequeño canal. ¿Dónde iba ese canal? Me adelanté a Emerick, que me decía algo pero yo no lo escuchaba. Siempre decía cosas absurdas, prefería hacerle más caso a mi curiosidad. Me paré en la orilla del canal y me agaché para poder ver mejor. El canal desaparecía en un pequeño agujero por la pared de roca. Era imposible caber por ahí, aunque a lo mejor, por debajo del agua era más profundo…
Metí una pierna en el agua, para comprobar la profundidad de este. Al final, acabé metida hasta los hombros, pero no había más profundidad. Rápidamente, antes de dar otro paso, me acordé de mi reproductor de música.

—¡Mierda, mierda! —dije saliendo a toda prisa del canal.
Rebusqué en el bolsillo de mi chaqueta y ahí estaba. Lo encendí, esperando encontrarme con la pantalla negra, que no respondiese. Pero sí, se encendió por suerte. La pantalla se veía algo borrosa, pero seguía funcionando. Lo dejé aliviada en el suelo, sobre una roca y me volví a meter en el canal.
—¡Pero tú estás loca! ¿Qué haces? ¿Qué es esto? —dijo Emerick, obviamente enfadado porque le hacía caso omiso de todas sus palabras.
Se adelantó sobre sus pasos y fue hacia el reproductor de música y lo cogió. Me quedé observando su expresión. Algo parecido a la nostalgia y la tristeza mezclado con una pequeña alegría recorrió su rostro.
—No me lo rompas. Ahora vuelvo.

Seguidamente, me sumergí en el agua y miré en dirección al agujero. Nada, era diminuto para una persona. Y encima era parecido a un triángulo, una forma antinatural para el cuerpo. Miré un poco más en las profundidades y vi algo extraño… ¿Un pez? Era imposible… Me acerqué para comprobar que no me estaba volviendo loca, buceé unas dos brazadas y después, caminé con sigilo debajo del agua. Alargué mi mano, velozmente y lo cacé. Era una trucha. Salí fuera del agua, y el pobre pez empezó a aletear y a boquear.
—Oye, Emerick, ¿es la mascota de alguien?
—¿¡Pero qué…!? —exclamó el chico, totalmente sorprendido, o eso me parecía a mí. Tal vez estuviese enfadado.
—Ah, ya veo. En ese caso, ya tenemos cena.
—¿De dónde has sacado eso?
—Bueno, Emerick, esa es una pregunta estúpida, ¿no crees?
Emerick se quedó con la boca a medio cerrar y yo, en cierta parte, lo comprendía.

Veamos, viene una chica, que ha sobrevivido a la mortífera trampa de Olenna, no hace ni caso a lo que se le dice, se sumerge en el agua sin preguntar y encima… ¡Saca un pez! Por si todo eso fuera poco, se da cuenta de que los sirvientes, por mucha comida que tengan, no pueden tocar ni una miga de pan.

Claro que me di cuenta. Mientras Emerick me contaba la historia de Claire y la de este sótano, me di cuenta de los pequeños detalles. Como por ejemplo, todos esos pequeños papeles amontonados en una repisa de la cocina, con nombres de productos alimenticios alineados con sus respectivas cantidades y sus precios… Eso eran las facturas de las compras de Claire, por supuesto. Supuse que eso se lo debían de dar a Olenna para que llevase un control sobre los gastos y los alimentos que se les daba a los Alpha. Los sirvientes en este lugar, eran la última mierda, hablando en plata. El aspecto lánguido de Claire y Aaron no me engañaban. No comían como es debido. La ausencia de color en sus mejillas, las ojeras presentes en sus caras, su palidez y los huesos que se les marcaban en la espalda no mentían. El cuerpo de Emerick tampoco mentía, por muy fuerte que fuese. Además, en la cocina, había grandes congeladores, neveras y demás, pero eran de un color. Azul. Después, había exactamente una nevera y un congelador de color blanco. Supuse, que los blancos eran nuestros.
Ahora esperaba que todas aquellas suposiciones, fuesen acertadas.
Veía como Emerick me miraba de hito en hito y se dejó caer sobre la piedra en la que antes estaba mi reproductor de música. Ahora, estaba en las manos de Emerick, que estaba a punto de escuchar mis canciones antes de que saliera del agua con la trucha.

—¿Qué pasa? ¿Me creías estúpida? —le dije mientras me acercaba a él, empapada y con mis ropas chorreando, igual que mi pelo.
La pobre trucha todavía se revolvía entre mis dedos, aunque la tenía cogida firmemente con mi mano derecha.
—No, no es eso —me dijo algo abatido, mientras observaba a la trucha—. Es que, me parece algo sorprendente que te hayas dado cuenta de que no podemos cenar como es debido, ya sabes.
Parecía que esta vez hablaba sin rencores, sin desprecio en sus palabras. Hablaba de corazón.
—Sí, bueno, mis padres me enseñaron a observarlo todo —mentí mientras tomaba asiento a su lado—. No pasa nada, de aquí no puedo salir así que… ¿Qué es lo que temes?
—Yo no temo nada, solo me parece curioso. Además, nadie coge una trucha en el agua con las manos.
Después de decir eso, me miró con unos ojos acusadores, como si hubiese hecho trampas jugando a las cartas.
—Ya te dije que era deportista. Y ahora si me disculpas, creo que voy a darme un baño en condiciones —dicho aquello, dejé la trucha en la roca y me levanté, quitándome la cazadora mientras iba hacia aquella cascada.

domingo, 28 de abril de 2013

15: Achlys significa "oscuridad" [Emerick]


15

Achlys significa "oscuridad"

Emerick


Los ojos grises de aquella chica se estrechaban, mientras miraba al vacío. Parecía estar buscando alguna solución, digiriendo toda la información que acababa de contarle. Lo de Claire, como llegó aquí y por qué se había ausentado de la habitación. Lo de la gente que ha muerto detrás de nuestro techo. Que somos prisioneros de los Especiales, esas bestias que ni siquiera sabíamos que existían, nada más que en los cuentos de terror que oíamos cuando éramos niños. Que estaremos aquí hasta el día de nuestra muerte natural.

La astucia era muy notable en toda aquella chica. Desde el brillo que destilaban sus ojos, hasta en sus gestos elegantes y meticulosos. Puede que a lo mejor, encontrase una solución, pero lo encontraba más bien poco probable por no decir imposible. Aaron y yo éramos los veteranos en este lugar. Conocíamos el castillo a duras penas, pero más que los otros sirvientes. Y jamás, hemos podido salir de aquí.

—¿Eres deportista…? —pensé en llamarla por su nombre, pero recordé que no se había presentado, ni yo tampoco—. Mi nombre es Emerick. El chico de antes es Aaron y la chica Claire.
—Yo soy Achlys. Y sí, soy deportista —dijo mirando al frente, o más bien, al vacío. Como si estuviese maquinando un plan. O simplemente, en estado de shock.
—¿Achlys? Eso significa Oscuridad en griego.
—Sí, ya lo sé.
—Yo no he dicho que no lo supieras… —le contesté. Mi padre era griego y tuvo la oportunidad de enseñarme su idioma en los escasos años que estuvimos juntos.
—¿Y para qué lo has dicho? Es absurdo.

Opté por callarme, pues era realmente molesta. ¿Es que no sabía hablar con los demás? ¿Mantener una conversación normal? Me levanté de la mesa, en la cual estaba sentado para irme junto a Aaron y Claire. Para perder de vista a esa antipática. Ya habíamos recogido las sillas, así que en la cocina no había nada más que hacer hasta que recibiéramos la llamada de algún Alpha caprichoso y glotón.
—Espera, Emerick.

Mi nombre al completo. Hacía mucho tiempo que no lo oía de esa manera. También hacía mucho tiempo que no lo escuchaba con una voz tan hermosa. Pensé en hacerle caso omiso, pero al final, me giré y crucé mis brazos delante de mi pecho, con cara de pocos amigos a la espera a que hablase la chica extraña.
—¿Dónde me puedo quitar toda esta porquería?
Por un momento, me fijé en su ropa. Iba manchada de barro y de tierra, completamente llena de manchas de color beis, gracias a la arena y al serrín de la caja. Su cabello, le llegaba hasta la cintura, pero lo llevaba sin gracia. No lucía, en parte, porque estaba lleno de porquería. 

Solté un suspiro de resignación y le hice un gesto para que me siguiera sin esperar a que lo hiciera. A lo mejor quería encontrarlo sola, como antes, al salir de su tumba. ¡Qué orgullosa! Todas las sirvientes, e incluso las Alphas deseaban una palabra de mis labios afectuosa hacia su persona, o una sonrisa pícara. En cambio ella, que podía echarse encima de mis brazos, no quería. Incluso parecía que le diese asco. ¿Sería eso posible? Es obvio que no le gusto a todas las chicas, pero estoy tan acostumbrado, que me sorprende. Es casi molesto, como un desaire. Sin embargo, sé que eso es una manera de pensar muy poco humilde y no me gusta ser un creído. Es a lo que estoy acostumbrado, ni más ni menos.

No escuchaba pasos detrás de mí, así que me giré y casi me muero del susto. Estaba allí, siguiéndome, pero no hacía ningún ruido. ¡Qué sigilosa! Todos hacíamos ruido al caminar por ese suelo irregular, pero ella está a la vista que no. Casi me choqué con ella y me llevé, inconscientemente, una mano a mi pecho, al lugar dónde estaba mi corazón.

—¡Joder, casi me matas del susto!
—¿Y ahora qué? ¿Por qué te giras? ¡Vamos, sigue que no tenemos todo el día! —después de eso, me hizo un gesto con ambas manos, como si empujara a alguien invisible.
Al girarme, juraría haber visto una leve sonrisa en sus labios.


jueves, 25 de abril de 2013

14: La historia de Claire [Aaron]


14

La historia de Claire

Aaron



Esa chica no paraba de sollozar, entre mis brazos. Cada lágrima suya era como un puñal que me atravesaba el corazón. Su sufrimiento era el mío. Todo por culpa de la bruja. Ella tenía a su hermana recluida como Alpha, y Claire, se ofreció como sirviente mientras veía cómo se la llevaban.

Entraron en su casa, a altas horas de la noche. Ellas dos estaban solas en la casa, ya que sus padres viajaban mucho debido a sus respectivos trabajos. Las dos dormían puerta con puerta y oyeron unos ruidos extraños. En cambio, Arianne, su hermana, tenía un sueño muy profundo pero Claire era de sueño ligero. Gracias a eso, pudo ver cómo unos extraños seres se llevaban a su querida hermana. Un hombre con mezcla de murciélago y cabra, la llevaba en su hombro y Claire, en lugar de verse amedrentada por lo horrible de la situación, intentó hablar con el hombre.

“—¿Por qué te la llevas? —le preguntó al engendro.
—Porque la necesitamos, niña. A los Especiales no les gusta compartir Alphas… —le dijo la bestia, mientras bajaba las escaleras de su casa.
—Llévame a mí también. Ayudaré a esos Especiales si me llevas con mi hermana, por favor —le suplicó Claire.”

Así que se la llevó, divertido por sus llantos y súplicas. Una vez en el castillo, Olenna le dijo que la iba a enterraría mientras que a su hermana no le faltaría de nada. Sería feliz hasta que los Especiales la consumieran, después de tantos usos, cuando su sangre no fuese fresca y se envejeciese. Olenna, le puso una cláusula especial, a su contrato verbal. Si lograba escapar de la tumba, se quedaría con los Sirvientes, para siempre. Sería la sirviente más valorada por Olenna. Claire, aceptó, pues no tenía nada qué perder y esa mujer no tenía pinta de querer negociar.

Emerick y yo, oíamos los horribles y escalofriantes gritos que profería Claire en su tumba. Gracias a eso, pudimos salvarla. Fue la primera vez que descubrimos que podíamos rescatar vidas, evitar que muriesen enterradas. A partir de ese día, Olenna le asignó la tarea de poder salir del castillo para que no faltasen provisiones para los Alphas. Se lo dijo a ella, porque sabía que volvería por su hermana. Hasta el día de hoy, tan solo hemos salvado a dos personas de las tumbas. A Claire y a la chica que acababa de llegar.

—Algún día saldremos de aquí, Claire. Te lo prometo —le dije mientras la abrazaba y sus llantos se amortiguaban contra mi pecho.
—Eso espero. Estoy cansada de todo esto —me confesó Claire, aunque yo ya lo sabía. Lo leía en sus ojos cada día.
—Lo sé. Debemos tener fe, Claire. Ahora, a lo mejor cambian las cosas por aquí con esos dos peleándose a cada minuto. ¿Los has visto? —le dije mirándola dejando escapar una pequeña risa, con el fin de animarla.
—Sí, la verdad es que es divertido. Todas las chicas se morirían por acabar en los brazos de Em tal y como lo ha hecho ella antes… ¡Y va y le rechaza! La cara de Em ha sido lo mejor —dijo con una risa, mientras las últimas gotas saladas se esfumaban de sus ojos.
—¿Todas las chicas?
—Bueno… casi todas.
—Eso está mejor. Mucho mejor —le contesté con una sonrisa, abrazándola entre mis brazos. Como si eso pudiera protegerla de todas las desgracias que estaban por venir.




martes, 23 de abril de 2013

13: El infierno en la Tierra [Achlys]


13

El infierno en la Tierra

Achlys




     Escuché un gran estruendo debajo de mis pies, seguido de un pequeño gritito femenino. Yo no había sido, claro. Si lo podía evitar, jamás expresaba mis emociones con grititos ridículos como ese. Debió de ser la chica amable, la que me advirtió –aunque en vano— de que tenía una torre de sillas debajo. Mis piernas quedaron colgando y tuve que hacer fuerza con mis dos brazos contra las paredes de la caja, para no caer y asegurar mi persona, hasta que supiese lo que había abajo, exactamente.

     En ese momento dudé. ¿Y si me querían hacer daño? ¿Y si me cogían prisionera? Las dudas me asaltaban asiduamente, cada milésima de segundo aparecía una nueva y con ello, mi inseguridad incrementaba. Es cierto que no tenía otra salida, era bajar por allí con aquel idiota o de lo contrario, morir enterrada. Así que, no tenía otra salida. La tierra estaba en contacto con mis muslos. Sentí un escalofrío y mis brazos empezaron a flaquear, pero no debía asustarme. Mientras mis vías respiratorias no estuvieran cubiertas de tierra, todo iría bien.
      —¡Mira lo que has hecho! ¡Da gracias de que nadie nos puede oír!
      —Cállate, yo sí te oigo –le espeté al idiota que vino a sacarme de la caja—. ¿Qué hay abajo? ¿Dónde da el agujero?
      —Tranquila, da sobre una mesa de madera. Es grande, pero no puedes saltar, te romperás algo, chiquilla –me dijo otra voz masculina, aunque más agradable que la del idiota cascarrabias.
      —No te preocupes por eso. Apartaos por si acaso, voy a saltar. 
Creo que después de decir eso, el gritito femenino se volvió a repetir. El cascarrabias me llamó loca por segunda vez y el otro chico dijo algo que no logré entender. Deben ser humanos, pensé. De lo contrario, ni siquiera hubiesen tenido que montar esa torre con sillas para sacarme de esa caja. Por si acaso, de momento no rebelaría mi secreto. Diría que soy deportista y que por eso soy tan ágil. Sí, parece una buena idea, débil, pero buena.
Salté, soltando mis brazos y cruzándolos sobre mí, para no entorpecer la caída. Cuando me despedí de la tierra, de la caja y estaba en el aire, miré hacia abajo y volví a abrir mis brazos, para equilibrar mi caída. Miré más de la cuenta, porque vi al cascarrabias con los brazos abiertos y yo que iba a caer encima de él. Iba a gritarle algo, pero apenas me dio tiempo, obviamente.

Caí en sus brazos y de inmediato me separé, empujándolo para despegarme de él.
      —¡Ahg, te dije que podía yo sola! Maldita sea… —me expulsé la tierra de mis ropas, intentando parecer algo más presentable.
      —Eres una antipática, ¿lo sabías?
      —Sí, gracias por la información.
     Después de esa agradable conversación, pude mirar mejor a mi alrededor. Aparté mi pelo de la cara, echándolo hacia atrás en un gesto descuidado y empecé a mirar el agujero que había quedado atrás. Caray, pues sí que estaba alto. Después, automáticamente, miré al suelo. Todavía estaba encima de la mesa en la que el cascarrabias me había tomado en brazos para hacerse el héroe. Todas las sillas de madera estaban desperdigadas por el suelo, descuidadamente. Conté ocho sillas. En ese momento, sentí algo extraño. Algo parecido a la pena o a la compasión. No, ya sé lo que era. Tristeza. Era algo que me conmovía, la capacidad de ayuda entre los humanos. Se preocupaban por sus iguales, no como nosotros, los dhampyrs o los vampiros. Los humanos se ayudaban entre sí, pero a veces, también se destruían sin necesidad.
     Seguí observando la estancia. Era una cocina, sin duda alguna. La encimera era larga y ocupaba toda la pared. Había congeladores, frigoríficos y hornos. Todo estaba iluminado con una luz mortecina, blanca. Miré hacia arriba y vi unas luces fluorescentes grandes, como las que había en la cocina de mi casa, pero a lo grande, puestas a lo largo de todo el techo, aunque había tramos en los que faltaban luces. El suelo era mármol, igual que las encimeras. Era extraño, pensaba que iba a ser de tierra al estar tan debajo de la superficie.

     Las paredes, sin embargo, no estaban alicatadas y eran de piedra, cosa que le daba un aspecto de cueva a la cocina. En una de las paredes, quizá fruto de una broma entre esos chicos, había dibujada una ventana. Claro, aquí todo debía ser sombrío y frío.
La mesa donde estaba de pie, era redonda y grande. Deduje que sería para comer, tal vez.
      Me bajé de la mesa con un pequeño salto y miré a los demás componentes de esa extraña estancia. El chico, el que me llamó chiquilla, era moreno y no tenía el pelo mejor peinado que yo. Era alto y escuálido y tenía una pequeña sonrisa en el rostro. Le respondí a la sonrisa, levemente. Seguidamente, pasé a la chica, con una estatura mucho más reducida que la del chico.
      —¡Tú! ¡No puede ser! –le dije, señalando a la chica, mientras esta se tapaba la boca, en un gesto de sorpresa.
      —Oh, dios mío… ¡Tú eres la chica del autobús, la nueva! –me dijo imitando mi posición, señalándome
—¡Y tú eres la que se sentó a mi lado! Pero… has cambiado. ¿Cómo es posible? Fue apenas hace un par de días.
—Sí, bueno… Cambié mi apariencia expresamente. Volví justo después de haber bajado de aquel autobús –dijo apenada.
Yo me había quedado sin habla. ¿Qué tipo de persona vuelve a un lugar como este? O mejor dicho, ¿por qué vuelve a un lugar como este?
—Sin embargo, no te vi en el instituto –no recordaba haberla visto entre clase y clase, ni en el recreo.
—No, es que no estaba. Yo no voy a ese instituto, iba a hacer la compra. Nos estábamos quedando sin nada y eso… Es peligroso.
—Oh, vale. No entiendo nada. ¿Quieres decir que haces la compra para darle de comer a quién sea que sirváis?
—Sí, así es. Tenemos que procurar que no se acaben las provisiones para los Alphas o de lo contrario, estarían débiles y no les servirían a los Especiales. Olenna, me ha asignado a mí la tarea de ir a hacer la compra porque… —su voz se quebró y bajó la mirada, con los ojos anegados en lágrimas—. Disculpa…

     Seguidamente, se retiró de la cocina con Aaron, mientras este le pasaba un brazo por los hombros y le susurraba cosas que preferí no escuchar, para dejarles en la intimidad. Me sentí culpable. Si no le hubiese hecho todas esas preguntas, tal vez no se habría echado a llorar. Mordí mi labio inferior y miré la cavidad por la que habían desaparecido los dos. Supongo, que mi rostro en aquel momento era completamente un poema. Por una parte estaba disgustada por la pena de la chica, por haber provocado su llanto sin querer, y por otra parte, estaba tan intrigada que no podía pensar con claridad. Mi mente no paraba de bombardearme a preguntas. ¿Quiénes eran los Alphas? ¿Y los Especiales? ¿Por qué Olenna le había asignado la tarea de hacer la compra a la chica? ¿La estaría extorsionando? ¿Eran parientes? No, la última pregunta la sabía sin que nadie me la dijera. Obviamente, no se parecían en nada.

    El carraspeo de Emerick me sacó de mis turbios pensamientos, recordándome que no estaba sola, y volví a mi expresión normal, neutra.
    —Bueno, supongo que te preguntarás de que va todo esto. Seré breve, no voy a contarte todo desde los orígenes, porque o si no, estaríamos toda la noche hablando y eso sería algo muy desagradable para ambos.
—Por supuesto.
—Bien. Básicamente, ahora tú eres también una recluida y serás sirviente de los Alphas, como todos los que estamos aquí abajo. Los Alphas son otros humanos, que deben vivir lo mejor posible. No les debe falta ni agua, ni alimento, ni diversión… Nada. Tienen que estar lo más felices y sanos posibles. Son los que viven encima de este antro, en las habitaciones del piso bajo del castillo —le iba a interrumpir con otra pregunta, pero siguió hablando—. Los Alphas deben estar lo mejor posible porque son el alimento de los Especiales