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Hogar, dulce hogar
Aaron
Mientras Emerick y yo limpiábamos esa deliciosa
trucha que había pescado misteriosamente Achlys, Claire fue a llevarle uno de
los vestidos que nos habían regalado a los sirvientes. Lo más curioso de todo,
era que los hacía una Especial. Hacía vestidos para las chicas sirvientes, pero
bien que necesitaba a sus Alphas para alimentarse, qué hipócrita. Aunque, si
ellos existen de esa manera… Podría llegar a comprenderlo. Si yo necesitara
alguien que pescara peces por mí para alimentarse, sería posible que le
regalase algo aunque me comiese los peces igualmente. Quién sabe, a lo mejor
esas bestias también tenían un poco de corazón al fin y al cabo, aunque para
nosotros, sobretodo para Em y para mí, era una posibilidad muy remota después
de haber visto tantas cosas en este lugar.
Claire llevaba un vestido de color salmón. Tenía
tres iguales y uno negro, que es el que se ponía para ocasiones especiales, por
ejemplo, algún cumpleaños de los sirvientes o algo que celebrar. Las ocasiones
eran muy escasas, eso era cierto.
Por otro lado, los chicos también recibíamos
ropas, pero nadie las hacía especialmente para nosotros. Era el uniforme que
nos designó Lady Olenna cuando lleguemos aquí, tan solo teníamos una muda de
recambio. Creo que esa bruja no acaba de comprender las necesidades humanas ni
el sistema nervioso. ¡Sudamos manteniendo a sus hijitos! Necesitamos más ropa,
pero nos las apañamos como podemos.
Nuestro uniforme es todo de color negro. Una
camiseta de manga corta y unos toscos pantalones de una tela que rasca y ni
siquiera sé cómo se llama. Yo los míos me los recorté con unas tijeras de la
cocina porque me los pisaba, así que ahora, los llevo por la altura de debajo
de las rodillas. Me pasé un poco con las medidas, pero ya me he acostumbrado.
—Qué
asco, nunca me acostumbraré a manejar estas cosas… —le dije a Em mientras
tiraba las entrañas del pescado a la basura e intentaba cubrirme las fosas
nasales, en vano, obviamente.
—Debes
acostumbrarte. Un día podrían ser las tripas de nuestros enemigos, ¿sabes? —me
dijo acercándome el pequeño corazón del pez hacia mi rostro, con una sonrisa
burlona en la cara.
—¡Aparta
eso! ¡Qué asco!
—Pareces
una nena…
—Y tú
eres un sangriento ¡Con ese cuchillo y tu cara de asesino habitual! Espero que
nadie desconocido te vea con esas pintas… —Cogí la gran bolsa de basura, que se
llevaban cada tres días, y la dejé al lado de Em para no volver a acercarme a él—.
Mejor voy sirviendo la mesa.
—Estaré
preparado por si alguien desconocido se cuela en nuestra preciada cocina,
descuida —contestó Emerick entre risas mientras se limpiaba las manos debajo
del maltrecho grifo, dejando que el desagüe se llevara la sangre del apetitoso
y pobre pez.
Estaba
contento de poder evitar por un día a las aborrecibles manzanas o al pan duro y
seco. Eso era lo único que los Especiales nos daban cada semana. Nada más, lo
básico para seguir respirando y sirviendo a los Alphas. De hecho, estábamos
todos contentos, sólo que unos lo mostrábamos más que otros.
Unos
pasos ligeros me hicieron levantar la mirada de la mesa, llevaba en mis manos
los cubiertos justos para cuatro personas. Los demás acostumbraban a irse a sus
habitaciones o al salón a comer así que sólo nos reuníamos para ocasiones
especiales. Le dije a Emerick, que podríamos compartir la trucha entre todos,
pero claro, compartir un pez de cincuenta centímetros entre unas setenta
personas no era gran idea. Así que disfrutaríamos de la velada los cuatro, a
parte de que Emerick ya se encargó de recalcarme que no dijera a nadie lo
ocurrido esta tarde, así que no quedaba otra que comérnoslo entre los cuatro.
Esos
pasos pertenecían a Claire y a Achlys, las dos venían con sus brazos
entrelazados. Una más feliz que la otra. Claire sonreía, mientras que Achlys lo
intentaba fallidamente. La nueva huésped de nuestro sótano llevaba uno de los
vestidos hechos por aquella misteriosa Especial de la cual desconocíamos el
nombre, de un color azul turquesa. Era como el color del cielo en un día de
verano, mientras el sol se está escondiendo. Agradecí realmente poder volver a
ver ese bello color, al igual que agradecía el contraste entre los dos
vestidos. El salmón de Claire con el azul de Achlys parecía un bonito día de
verano.
—¡Bonito
vestido! —le dije a Achlys, la cual me sonrió y después, desvió la vista y se
puso seria de nuevo, casi desafiante.
Ah,
claro. Estaba viendo cómo Emerick, que ya había acabado de cocinar el pescado,
se reía de las canciones de su reproductor de música.
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