martes, 11 de junio de 2013

21: La chica de azul [Emerick]

21

La chica de azul

Emerick


—¡Dame eso!
—No quiero, ahora es mío.
—¡No es tuyo! Es mío, me lo quitaste cuando estaba bañándome.
—Eso ya lo sabía. Creía que no decías cosas absurdas, chica deportista.
—Dámelo por las buenas o te lo quitaré por las malas, chico absurdo. —Se puso delante de mí y me miró con los ojos entrecerrados y con una mano extendida. No pude hacer otra cosa que reírme.
—Y si no ¿qué? Por cierto, ese vestido te sienta bastante mal. Te dejaré una de mis mudas y así te haré un favor.

Por supuesto, eso último era mentira. Le sentaba realmente bien pero al parecer ella no acababa de darse cuenta de lo bonito que quedaba el azul sobre su piel, pues cuando le dije mi cumplido personalizado, pude notar como una pequeña molestia cruzaba su rostro. Esa chica parecía muy segura, muy perfecta pero yo sabía que no era todo lo que aparentaba ser, al contrario de Aaron y de Claire, que se dejaban eclipsar por cualquiera.

—¿Sabes, Emerick? Como realmente tengo hambre y quiero pasar la noche en tranquilidad paso de quitártelo a la fuerza. No quiero dejarte en ridículo delante de tus amigos, así que hasta me debes un favor. —Se dio la vuelta y se dirigió a la mesa, cogiendo los vasos que Aaron llevaba en las manos para servirlos ella.
Llevaba una bonita cinta azul de un color brillante y satinado atada con gracia a su espalda, a la altura de la cintura. Por un instante, me sentí culpable de hacerle rabiar, pero me resultaba divertido. Aquí abajo uno se aburría mucho y para una vez que tenemos algo realmente divertido…

Dejé su reproductor de música en la mesa, donde los tres ya estaban sentados.
—Ahora os sirvo los platos, monsieur et madames.
—Que gentil, muchas gracias, Em —me dijo Aaron con un tono divertido. Por un instante me molestó que pudiera sentir más simpatía por Achlys que por mí, que llevábamos toda la vida juntos, prácticamente. Se pusieron a hablar con ella, contándole como era la vida por aquí abajo aunque yo apostaba a que ella sabía más de lo que parecía.  

En los platos de arcilla que teníamos, puse la trucha cocinada con una salsa de manzana de mi propia cosecha. Habíamos tenido tiempo infinito para experimentar en todos los ámbitos y la cocina no me desagradaba, pero obviamente, se le daba mucho mejor a Claire que a mí. Aun así, me sentía satisfecho de mi trabajo.
      Serví los cuatro platos a partes iguales y los llevé a la mesa, sentándome yo también.
Claire se sentaba al lado de Achlys, yo enfrente e ella y a la vez al lado de Aaron, en una de las mesas más pequeñas, rectangulares y bajitas. Nos sentemos en el suelo, como de costumbre. Achlys tenía una postura asiática, tenía las piernas dobladas debajo de ella, completamente correcta. Aaron, como siempre se sentaba de cualquier manera y Claire, mucho más cuidadosa, se sentó con las piernas recogidas a un lado.

—Gracias —me dijo Achlys cuando le serví el plato.
—No hay de qué, señorita —le contesté con una sonrisa medio sincera, medio burlona que al parecer, ella ignoró con mucha clase, cómo no.
—Mmm... Qué rico. Huele muy bien, la verdad —dijo Aaron mientras cogía los cubiertos para empezar a comer.
—¿Lo has hecho con las manzanas? —preguntó Claire mientras probaba un pequeño trozo de la trucha.
—Sí, para algo tenían que servir —le contesté mientras probaba mi obra maestra—. Me he superado, está de muerte.
—Ya te digo —contestó Aaron con la boca llena.
—Por favor, Aaron… —dijo Claire a punto de dejar escapar una risa y medio avergonzada.
—Ay, lo siento. Es que hace tanto tiempo que no probaba nada tan… diferente al pan y las manzanas que no me puedo contener —dijo mirando hacia Claire y luego a Achlys.
—Y qué más da. Come como quieras, a mi no me molesta. Da gusto ver a alguien que no tira la comida, que no tiene reparos en comerse hasta la última miga del plato —contestó Achlys mientras comía calmadamente.

Su verdad no fue discutida por nadie. Era conocido que afuera, mucha gente tiraba comida a diario. Comida que sobraba y se quedaba en la olla, comida que los niños pequeños y caprichosos no querían, comida que se olvidaba en los rincones de los frigoríficos y se tenía que tirar… Era realmente exasperante pensar que eso sucedía a diario y nosotros casi nos morimos de hambre todos los días.

      —Sí, eso es verdad. En mi casa se tiraba mucha comida, mi madre hacía de sobra por si queríamos repetir, pero nunca lo hacíamos y al final se iba a la basura toda esa comida —reconoció Claire.
      —Sí, en mi casa era igual —dijo Achlys mientras la vista se le perdía y dejaba de masticar gradualmente. La tristeza se hizo presente en su rostro y todos nos dimos cuenta.
      —¿De dónde vienes? —le preguntó Aaron. Ella salió de su ensimismamiento y nos miró a los tres dándose cuenta de que era el centro de las miradas.

Se removió en su sitio y se limpió educadamente la boca con la servilleta de papel para después beber. Se estaba tomando su tiempo para contestar.
—Nací en Irlanda, viví en España y hace unos cinco años que volví a Irlanda porque… ¿Estamos todavía en Irlanda, no? —dijo con precaución.
Un silencio sepulcral se hizo en la cocina. Esa era una pregunta sin respuesta.

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