jueves, 16 de mayo de 2013

18: Lágrimas enterradas [Achlys]

18

Lágrimas enterradas

Achlys


Dejé la ropa bien doblada sobre la orilla después de que saliera Emerick del baño, o mejor dicho, del baño. Me metí en el pequeño lago que se formaba justo debajo de la cascada y braceé hasta ir directamente a la cascada. Detrás de ella no había nada más que una pequeña cavidad, pero sin nada más. La cascada caía de una cavidad parecida a la que había al fondo del canal, pero era imposible meterse por aquel agujero. Así que me resigné por el momento, y me zambullí en el agua, sentándome en el fondo del pequeño lago. Abrí los ojos y no vi nada más que las paredes rocosas del fondo y de los laterales. Nada. Allí abajo, todo se me vino encima.

Mi familia. Aquel sitio mortífero, era como una pequeña metáfora de las tumbas, pues de aquí tampoco podíamos salir y también estábamos a muchos metros bajo tierra. Cueva, catacumba, gruta. No podía ver con esos nombres a este lugar. Sólo lo podía ver con el nombre de “tumba”.

Reflexioné sobre lo que me contó Emerick de Olenna. Ella sabía que se los sirvientes trataban de salvar a las víctimas, es más, lo hacía expresamente. Los enterraba justo en aquel lugar para que los sirvientes se desesperasen intentando rescatar a sus víctimas de esas tumbas, pero ella se encargaba de que los Especiales y los Alphas guardasen silencio, hasta pasados unos tres días, para que los sirvientes siempre llegasen tarde al rescate. ¿Qué clase de persona juega con esas crueldades? ¡Con vidas humanas! Cuando me contó todo eso Emerick, no cabía en mí del odio que sentía hacia esa asquerosa mujer. Odio, repulsión, asco y una larga lista de adjetivos despectivos.

Deduje que los Especiales eran vampiros, de toda la vida. Los Alphas, eran humanos recluidos en un lugar parecido al nuestro, pero mucho mejor y estaban destinados a donar su sangre para los vampiros. Menudo negocio. A pesar de que yo no era vampiresa, me sentía totalmente avergonzada por esa actitud, la de los Especiales. Hasta el nombre con el que se autodenominaban me parecía totalmente déspota y despreciable.
Y luego estaba la historia de la pobre Claire. Menuda crueldad. La estaba matando con amor, con el amor que sentía por su hermana. La admiraba. Noté que Aaron amaba a Claire, y ésta le correspondía. ¿Quién no iba a amar a una mujer tan valiente y fuerte? Además de bella, naturalmente. Cuando se coló en el autocar del instituto, pasaba totalmente desapercibida. Se había disfrazado completamente para que nadie la reconociera. Detrás de ese disfraz, lo único verdadero que conservaba era su estatura y sus ojos. Su pelo, era mucho más bonito, de color castaño oscuro, su nariz era de un tamaño normal y sus andares eran mucho más ligeros y bonitos.

Emergí a la superficie y me metí debajo del chorro de la cascada. Ahí, pensé en mi familia. Mi querida familia, mi mayor tesoro. Las lágrimas se fundían con el chorro de agua que caía sobre mi cabeza. No podía evitar imaginármelos preocupados, en casa. Mi madre convenciendo a mi padre de que me habría distraído por el camino y que volvería enseguida, pero sumamente preocupada. Mi padre nervioso, sin parar de fumar, expresando su nerviosismo con furia, probablemente, enfadado conmigo por hacerle pasar aquel mal rato. Por hacerle pensar que su hija estaba en problemas y que no la volvería a ver. Mi hermano, derramando lágrimas en silencio y diciéndoles a mis padres que llamasen a la policía, mientras abrazaba a mi gatita.
Cuando quise darme cuenta, estaba corroída por el dolor, en la orilla del lago, en ropa interior y sollozando. Ni siquiera me di cuenta de los pasos apresurados que corrían hacia mí, a mis espaldas.

—Achlys, ¿estás bien? —preguntó Claire, corriendo hacia mí con algo en sus brazos.
No sabía qué responderle. Para qué iba a negar lo que era evidente. Estaba mal, triste y destrozada. Me faltaba una parte muy grande de mí. Mi familia era el ochenta por ciento de mi corazón.
—No, no estoy bien —la última palabra se perdió en otro e mis sollozos y sentí como Claire, que olía a comida, me arropaba entre sus brazos.
—Tranquila, sácalo, no te preocupes nadie puede vernos —me dijo mientras me mecía entre sus brazos, con mi cabeza en su pecho. Era un gesto tan maternal, que lo agradecí de corazón.

      Después de unos minutos derramando lágrimas y atormentándome mentalmente con imágenes de mi familia buscándome por todas partes, dejé que se apagaran en un rincón de mi mente, para apartar el sufrimiento. Ahora, debía sobrevivir para poder darles la alegría de volverme a ver. Para volver a reír juntos, a bromear sobre mis gustos horribles o sobre el pelo de mi hermano.

—Tenemos que salir de aquí, esto no puede ser eterno —le dije en apenas un susurro a Claire.
—Lo sé. Yo también he pasado por eso y no me gustaría decepcionarte, pero me temo que no podemos, Lys —me dijo apenada, al borde de las lágrimas.
      Guardé silencio, calculando mis palabras y mis deseos de seguir viviendo
—Pero ahora es diferente. Yo estoy aquí y saldremos de esta, lo prometo —le dije convencida a Claire, reincorporándome y zafándome de su abrazo, suavemente.
      La miré a los ojos y algo me decía que ella también estaba de acuerdo con mi última afirmación, pero por otra parte, podía verlos llenos de miedo. Asintió con la cabeza y me tendió unas ropas.
      —Toma, esto es para que te lo pongas. Irás más cómoda, es como el mío pero en azul —me dijo mientras yo desplegaba el bonito vestido que me trajo Claire.
      Sonreí y me lo puse. Di una vuelta de trecientos sesenta  grados y miré a Claire, que estaba sonriendo también, aunque con pena. Su vestido era de color salmón.
      —Gracias, el azul me gusta. Por cierto, sólo tú puedes llamarme Lys, nadie más, ¿vale? —le pregunté a Claire mientras le tendía una mano para ayudarle a levantarse.
      —Vale. Ahora, vamos a cenar esa deliciosa trucha.
      Me reí entre dientes y salimos de esa cueva con nuestras manos enlazadas. Con ese amor compartido, sano y sin rencores o preguntas. Con el amor de alguien que comparte tus mismos miedos y dolores. Con el mismo amor de alguien que tampoco tiene nada que perder.  

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