18
Lágrimas enterradas
Achlys
Dejé la ropa bien doblada
sobre la orilla después de que saliera Emerick del baño, o mejor dicho, del
baño. Me metí en el pequeño lago que se formaba justo debajo de la cascada y
braceé hasta ir directamente a la cascada. Detrás de ella no había nada más que
una pequeña cavidad, pero sin nada más. La cascada caía de una cavidad parecida
a la que había al fondo del canal, pero era imposible meterse por aquel
agujero. Así que me resigné por el momento, y me zambullí en el agua,
sentándome en el fondo del pequeño lago. Abrí los ojos y no vi nada más que las
paredes rocosas del fondo y de los laterales. Nada. Allí abajo, todo se me vino
encima.
Mi familia. Aquel sitio mortífero, era como una
pequeña metáfora de las tumbas, pues de aquí tampoco podíamos salir y también
estábamos a muchos metros bajo tierra. Cueva, catacumba, gruta. No podía ver
con esos nombres a este lugar. Sólo lo podía ver con el nombre de “tumba”.
Reflexioné sobre lo que me contó Emerick de
Olenna. Ella sabía que se los sirvientes trataban de salvar a las víctimas, es
más, lo hacía expresamente. Los enterraba justo en aquel lugar para que los
sirvientes se desesperasen intentando rescatar a sus víctimas de esas tumbas,
pero ella se encargaba de que los Especiales y los Alphas guardasen silencio,
hasta pasados unos tres días, para que los sirvientes siempre llegasen tarde al
rescate. ¿Qué clase de persona juega con esas crueldades? ¡Con vidas humanas!
Cuando me contó todo eso Emerick, no cabía en mí del odio que sentía hacia esa
asquerosa mujer. Odio, repulsión, asco y una larga lista de adjetivos
despectivos.
Deduje que los Especiales eran vampiros, de toda
la vida. Los Alphas, eran humanos recluidos en un lugar parecido al nuestro,
pero mucho mejor y estaban destinados a donar su sangre para los vampiros.
Menudo negocio. A pesar de que yo no era vampiresa, me sentía totalmente
avergonzada por esa actitud, la de los Especiales. Hasta el nombre con el que
se autodenominaban me parecía totalmente déspota y despreciable.
Y luego estaba la historia de la pobre Claire.
Menuda crueldad. La estaba matando con amor, con el amor que sentía por su
hermana. La admiraba. Noté que Aaron amaba a Claire, y ésta le correspondía.
¿Quién no iba a amar a una mujer tan valiente y fuerte? Además de bella,
naturalmente. Cuando se coló en el autocar del instituto, pasaba totalmente
desapercibida. Se había disfrazado completamente para que nadie la reconociera.
Detrás de ese disfraz, lo único verdadero que conservaba era su estatura y sus
ojos. Su pelo, era mucho más bonito, de color castaño oscuro, su nariz era de
un tamaño normal y sus andares eran mucho más ligeros y bonitos.
Emergí a la superficie y me metí debajo del
chorro de la cascada. Ahí, pensé en mi familia. Mi querida familia, mi mayor
tesoro. Las lágrimas se fundían con el chorro de agua que caía sobre mi cabeza.
No podía evitar imaginármelos preocupados, en casa. Mi madre convenciendo a mi
padre de que me habría distraído por el camino y que volvería enseguida, pero
sumamente preocupada. Mi padre nervioso, sin parar de fumar, expresando su
nerviosismo con furia, probablemente, enfadado conmigo por hacerle pasar aquel
mal rato. Por hacerle pensar que su hija estaba en problemas y que no la
volvería a ver. Mi hermano, derramando lágrimas en silencio y diciéndoles a mis
padres que llamasen a la policía, mientras abrazaba a mi gatita.
Cuando quise darme cuenta, estaba corroída por el
dolor, en la orilla del lago, en ropa interior y sollozando. Ni siquiera me di
cuenta de los pasos apresurados que corrían hacia mí, a mis espaldas.
—Achlys, ¿estás bien? —preguntó Claire, corriendo
hacia mí con algo en sus brazos.
No sabía qué responderle. Para qué iba a negar lo
que era evidente. Estaba mal, triste y destrozada. Me faltaba una parte muy
grande de mí. Mi familia era el ochenta por ciento de mi corazón.
—No, no estoy bien —la última palabra se perdió
en otro e mis sollozos y sentí como Claire, que olía a comida, me arropaba
entre sus brazos.
—Tranquila, sácalo, no te preocupes nadie puede
vernos —me dijo mientras me mecía entre sus brazos, con mi cabeza en su pecho.
Era un gesto tan maternal, que lo agradecí de corazón.
Después
de unos minutos derramando lágrimas y atormentándome mentalmente con imágenes
de mi familia buscándome por todas partes, dejé que se apagaran en un rincón de
mi mente, para apartar el sufrimiento. Ahora, debía sobrevivir para poder
darles la alegría de volverme a ver. Para volver a reír juntos, a bromear sobre
mis gustos horribles o sobre el pelo de mi hermano.
—Tenemos que salir de aquí, esto no puede ser
eterno —le dije en apenas un susurro a Claire.
—Lo sé. Yo también he pasado por eso y no me
gustaría decepcionarte, pero me temo que no podemos, Lys —me dijo apenada, al
borde de las lágrimas.
Guardé
silencio, calculando mis palabras y mis deseos de seguir viviendo
—Pero ahora es diferente. Yo estoy aquí y saldremos
de esta, lo prometo —le dije convencida a Claire, reincorporándome y zafándome
de su abrazo, suavemente.
La
miré a los ojos y algo me decía que ella también estaba de acuerdo con mi
última afirmación, pero por otra parte, podía verlos llenos de miedo. Asintió
con la cabeza y me tendió unas ropas.
—Toma,
esto es para que te lo pongas. Irás más cómoda, es como el mío pero en azul —me
dijo mientras yo desplegaba el bonito vestido que me trajo Claire.
Sonreí
y me lo puse. Di una vuelta de trecientos sesenta grados y miré a Claire, que estaba sonriendo
también, aunque con pena. Su vestido era de color salmón.
—Gracias,
el azul me gusta. Por cierto, sólo tú puedes llamarme Lys, nadie más, ¿vale?
—le pregunté a Claire mientras le tendía una mano para ayudarle a levantarse.
—Vale.
Ahora, vamos a cenar esa deliciosa trucha.
Me reí
entre dientes y salimos de esa cueva con nuestras manos enlazadas. Con ese amor
compartido, sano y sin rencores o preguntas. Con el amor de alguien que
comparte tus mismos miedos y dolores. Con el mismo amor de alguien que tampoco
tiene nada que perder.
No puedo esperar para leer más. ¡Me fascina!
ResponderEliminar¡Mil gracias!
ResponderEliminar